CAPITULO 01.

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*Shannon*

Cansada, irritada y totalmente desesperada miro por la ventana. Solo consigo ver las nubes. En realidad es lo único que se consigue ver desde un avión que vuela a más de 10.000 pies de altura. Cuento los minutos para aterrizar. Sin embargo, prefiero estar en este avión que en el lugar en donde estaba antes. Cuando al fin toco tierra, respiro aliviada. No es que me dé miedo volar, simplemente odio hacerlo. Prefiero la aventura de un viaje en carretera.

Cuando entro al área de llegadas del aeropuerto Internacional de Burlington, a quien veo primero es a mí tío Tom, el hermano menor de mi padre. El parecido de mí tío con el de mi padre es inexistente, por excepción de los ojos grises. El tío Tom es alto, robusto y cabello castaño, con nariz recta y algo respingada en la punta. Una mujer rubia de ojos azul celeste acompaña a mí tío y la reconozco como mi tía Helen. Mis tíos me sonríen y agitan sus brazos en el aire para llamar mi atención. A paso tranquilo me dirijo hacia ellos, y mi tía me atrapa en un fuerte abrazo.

― ¡Shannon, mi niña!―exclama entusiasmada―. Mírate. Estás tan hermosa. Eres toda una mujer.― Dice observándome de pies a cabeza con una sonrisa.

―Gracias tía Helen. Me alegra mucho verte―. Me limito a decir.

―Nos alegra tenerte con nosotros Shannon―dice mi tío Tom mientras se acerca para abrazarme.

―Gracias. A mí también me alegra estar con mi familia―digo y un sabor amargo me inunda la boca.

Después de la hipócrita bienvenida, el tío Tom, la tía Helen y yo vamos en busca de mis maletas, para finalmente dirigirnos al estacionamiento en donde subimos al lujoso Maybach 57 blanco del tío Tom y partimos rumbo a la que será mi nueva casa. Tal vez a muchas personas les parezca extraña mi aversión por mis tíos pero, desde que tengo memoria siempre ha sido así. Todo empezó por la competencia inexistente, pero muy presente, entre mi padre y mi tío para conquistar a mi madre; y finalmente por quien se quedaría con las empresas y propiedades de mi abuelo. Y pues... el resultado final no fue muy del agrado del tío Tom.

Sumergida en mis pensamientos pierdo noción de todo a mí alrededor, hasta que soy consciente de que mi tío ha entrado a una calle enrejada, de enormes y lujosas casas. Propiedades típicas de familias adineradas y conservadoras, quienes fingen ser amables con sus vecinos y que a sus espaldas hablan pestes sobre ellos, donde algo como lo que me obligo a venir aquí fuera suficiente como para vetarme de por vida de esta zona. Lo cual no me molestaría en absoluto.

El auto se detiene frente a una enorme casa de estilo victoriano, pintada de suaves tonos amarillos y celestes. Al frente hay una reja rodeada de un pequeño muro de la misma piedra que el camino de entrada. El césped húmedo y verde me dicen que es natural. Hay tulipanes, margaritas y jacintos plantados alrededor de la casa. También hay una pequeña escalinata para subir al porche de la casa, en donde hay un columpio para dos. Estoy tan atónita observando la casa que no me doy cuenta de que la puerta principal se abre hasta que siento unos fuertes y musculosos brazos rodeándome en un cálido abrazo.

―Oh, Shannon, me alegra tanto que estés aquí―me dice mi primo y mejor amigo Nick.

―A mí me alegra poder estar contigo―le confieso mientras correspondo su abrazo.

―Estás empezando una nueva etapa de tú vida y será genial. Te lo prometo―dice con esa encantadora y optimista sonrisa suya.

Observo a mi primo con atención. Es muy guapo, musculoso, fuerte, alto, nariz recta, cabello castaño como el de su padre y ojos azules como los de su madre; y una perfecta sonrisa de comercial de dentífrico.

―Lo que tu digas―, decido responder para no alargar más la conversación.

El tío Tom y Nick bajan mis maletas del auto mientras la tía Helen y yo entramos al interior de la casa. Me quedo aun más sorprendida al ver el interior. Es muy elegante, lujoso, moderno y sofisticado. Una escalera doble de exquisita madera da la bienvenida, al igual que la enorme araña de cristal que cuelga del techo. El piso es de mármol blanco con coloridas alfombras persas. Son los únicos detalles que puedo captar antes de que unos fuertes ladridos inunden la casa. Busco la fuente del sonido y descubro un perro San Bernardo de tres años de edad que instantáneamente reconozco como Leo, el cachorro que mi padre me regalo por mi cumpleaños número 14, y que ahora ya es un enorme animal, pero muy inteligente. Leo baja corriendo las escaleras y yo lo recibo con los brazos abiertos.

Mi Vida es Mejor Contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora