CAPITULO 34.

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*Kyle*

Permanezco junto a la puerta un rato esperando que Shannon salga. Pero lo único que sale del cuarto de baño es el sonido del cristal rompiéndose contra el suelo seguido de un golpe más. Toco a la puerta un par de veces más.

―Shannon, ¿está todo bien? ―pregunto, pero no obtengo respuesta.

Sobre la cama, dejo la cámara que sostengo en una de mis manos y trato de abrir la puerta. Está cerrada por dentro, pero no me rindo. Dejo caer todo mi peso sobre la puerta, al menos unas tres veces, hasta que finalmente se abre. Siento como si alguien hubiese dejado caer un balde de agua helada sobre mí, al ver a Shannon tirada en el piso del baño inconsciente pálida y con los labios azules. A su lado, un portarretratos con una fotografía de ella y sus padres está hecho añicos. Me dejo caer de rodillas al lado de Shannon y sujeto, con delicadeza, su cabeza entre mis manos.

― ¿Shannon? Shannon, por favor despierta―le pido con voz ronca.

Sosteniéndola aún entre mis brazos, trato de moverla para que despierte. Primero la muevo con suavidad, pero con forme el pánico me invade, mis intentos por despertarla son más agresivos.

― ¡Shannon, despierta! ¡Maldita sea, Shannon! Por favor... despierta―le suplico al borde de las lágrimas, y entonces lo veo.

En su brazo izquierdo, Shannon tiene una pequeña marca que debe ser reciente pues nunca se la había visto antes. Aquella marca se parece mucho a la que te queda después de haber recibido una vacuna o inyección, pero sé muy bien que ella no ha recibido ni una ni la otra, al menos no para prevenir o curar un resfriado. A menos que... Abro los parpados de Shannon y examino sus ojos. Sus pupilas están demasiado pequeñas como para parecer normales. Sus labios se tornan cada vez más azules. Con cuidado, la dejo sobre el piso y salgo del baño para buscar mi celular. Llamo a emergencias.

Lágrimas que se niegan a salir, me nublan la vista. No escucho el ensordecedor sonido de la sirena de la ambulancia. No oigo a los paramédicos gritar órdenes, pedir esto o aquello. Sólo la miro a ella. Shannon está recostada sobre una camilla, con los ojos cerrados. Si uno, simplemente, la ve, se podría pensar que está dormida. Pero si la miras con atención, te das cuenta que está inconsciente y que posiblemente no despierte.

Mirar a Shannon así, me corta la respiración.

Mirarla así, me rompe el alma.

En cuanto la ambulancia se detiene y sus puertas se abren, más personas aparecen. Un par de doctores ayudan a los paramédicos a bajar a Shannon de la ambulancia y todos corremos al interior del hospital.

―Chica de 18 años, 55 kg. Pupilas puntiformes, pulso débil, en estado de coma―le informa uno de los paramédicos a los doctores.

Uno de los doctores, el que parece estar a cargo, le toma la temperatura y la presión a Shannon, busca su pulso y checa su frecuencia respiratoria.

―Háganle exámenes de sangre y orina―pide el doctor―. Ordenen una radiografía de tórax y un electrocardiograma. Suminístrenle líquidos por vía intravenosa y ondansetron para contrarrestar los efectos de la sobredosis por heroína.

Y es justo ahí cuando mi mundo se detiene. Los doctores no necesitan decirme que aguarde en la sala de espera, yo simplemente me paralizo y no continúo con ellos. Siento como los latidos de mi corazón se hacen más lentos y pausados, me cuesta más trabajo respirar que al principio.

Debí suponerlo. En cuanto encontré aquella marca en el brazo de Shannon, debí aceptarlo. Encontrar aquel portarretratos roto en el piso, me lo indico. ¿Por qué no lo note? ¿Por qué no me di cuenta? Tal vez la estábamos pasando tan bien que no quise ver más allá de la sonrisa de Shannon. Pero claro... Shannon seguirá sonriendo sin importar lo destrozada que este.

Mi Vida es Mejor Contigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora