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Deacon

Había mandado a Clev con Ashley a buscar algo para comer a Havenfield porque quería estar un rato a solas. Por suerte, mi amigo se iría esa tarde y volvería a reinar un poco la paz, aunque tuviera que seguir cuidando de Ashley. En realidad, ella no me molestaba tanto como Clev, con sus constantes preguntas e insinuaciones.

Caminé hasta adentrarme bien en el bosque, con un propósito muy claro. Tres de los perros se habían pasado todo el fin de semana dando vueltas por la casa, venían de vez en cuando y cada noche para cenar. Pero uno de ellos estaba desaparecido y empezaba a preocuparme.

El jueves, tras el rescate de la chica de pelo blanco del río, la seguí para descubrir si tenía ocupas en mi terreno... De verdad, no fue porque me hiciera gracia y quisiera saber más de ella... El caso es que la vi atravesar un agujero en la valla. Y después de que Ashley me contase que Hades salió en su encuentro, registré las vallas para saber que estaban llenas de agujeros por todas partes. Algunos más grandes, otros más pequeños, algunos hechos a propósito y otros producto del paso del tiempo, accidentes ambientales o animales.

Así que tendría que dedicar mucho tiempo a reconstruir la valla, pero iría después que la casa. Estaba seguro de que Hades, Hermes y Zeus no se irían, o al menos volverían. Sin embargo, no sabía si Ares pensaba igual.

Esperaba sinceramente que siguiera en el terreno. Llevaba chip, pero no quería tener que buscarle, ni que le pasase nada. No me fiaba del mundo, aunque estaba completamente seguro de que los perros eran autosuficientes, me preocupaban más otros aspectos relacionados con Ares.

Me acuclillé en el suelo y silbé, de forma baja y grave. Un escalofrío me recorrió al darme cuenta de que sonaba exactamente como Jenkins. Aunque cuando él lo hacía, los cinco perros acudían de golpe. Yo había encerrado a Zeus y Hermes en casa y Hades se había ido con Ashley a buscar la comida, para que solo reaccionase Ares.

Moví la caja de chuches de Ares. Eran unas con forma de hueso que encantaban al animal. Los recuerdos me hicieron apretar los párpados de nuevo, para evitar los molestos sentimientos que me picaron en los ojos. Volví a silbar, con paciencia, tratando de que los recuerdos no se colasen en mi cabeza.

―¡Vamos, Ares! ―le llamé con fuerza y autoridad―. Sé que me oyes, porque tú lo oyes todo, ¿no? ―insistí―. Y que sepas que no voy a irme hasta que vengas. Estoy preocupado por ti, viejo cabezón.

Moví las galletas de nuevo, pero no obtuve respuesta. Sin embargo, no tenía intención de irme de verdad. Me senté del todo en el suelo, moviendo las galletas y silbando a intervalos regulares. Me quedaría toda la tarde y la noche, si hacía falta, porque no podría dormir tampoco esa noche si estaba preocupado por él.

Un movimiento a mi espalda me hizo girarme despacio. No quería asustar a Ares si se había atrevido a salir. Sin embargo, no era el perro. Era mi nadadora favorita. Ella se sonrojó al reparar en mí y me pareció a punto de salir corriendo.

―Espera ―pedí en un susurro, al ver que algo seguía moviéndose tras ella―. ¿Ares?

―¿Qué...? ―empezó, pero la mandé callar.

―Es mi perro, no te muevas ―supliqué.

No quería que volviera a irse, me había costado al menos una hora que se acercase a mí.

―¿Muerde? ―preguntó nerviosa.

―No, está asustado.

La chica se movió despacio, para mirarle y Ares asomó el hocico entre los matojos para olisquear en nuestra dirección. Yo me eché galletas en la palma de la mano y volví a agitar la caja.

Cuando te coma el lobo  - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora