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Sky

―Puedo quedarme si quieres, Ash ―ofrecí a la chica, que estaba sentada en el suelo rodeada de Hades y Ares.

―No, vete a trabajar, estaré bien y mi padre llegará pronto...

Me acerqué para sujetar su barbilla y darle un beso cariñoso en la frente. Sabía que su padre no iba a llegar. No había aparecido en todo el día, no le había respondido al teléfono y no se había molestado ni en mandarle un mensaje. Estaba claro que no iba a ir a por ella.

No estaba segura de si Deacon le había dicho algo (que estaba en su derecho legal, aunque fuera una cabronada) o si el hombre era realmente tan malo como los Millerfort pensaban. En cualquier caso, estaba segura de que no iría a por Ashley y yo tenía que ir al bar a servir copas.

Una cosa es que hubiera pasado de la universidad y otra que pudiera hacerlo de mi mayor fuente de ingresos. Porque siendo honestos, cuidar a las gemelas no me reportaba tantos beneficios como mover el culo en el bar los días que había partido.

Aun así, pese a que ya llegaba tarde y había tenido que pedir un taxi, que estaba esperando en la puerta, me arrodillé junto a ella. Tenía las ojeras muy marcadas y los ojos rojos, aunque en ese momento ya no lloraba, no había parado de hacerlo en todo el día.

―Hagamos una cosa, ¿vale? ―le ofrecí, sujetando su cara con suavidad para que me mirase.

―¿El qué? ―preguntó, sorbiendo por la nariz.

Los Millerfort masculinos tenían unos genes perfectos, pero Ashley los superaba a todos, seguro. Con su pelo rubio, sus ojazos azules, su piel pálida y sus hermosas facciones, podría ser modelo si quisiese. Era preciosa y, en ese momento, estaba desolada.

―Si tu padre no viene, te acompañaré con otro de tus hermanos ―le ofrecí―. Mañana podemos sacar billetes para ir a donde tú quieras. Con Will, Lorcan o donde prefieras...

―¿De verdad? ―Abrió muchos los ojos y enseguida se le llenaron de lágrimas.

―Sí. No tenías que haberte visto envuelta en esto, Ashley. Y no puedo arreglar a Deacon, pero puedo sacarte de esta mierda.

Se lanzó a mis brazos y me apretó con mucha fuerza. Yo acaricié su espalda, hasta que el taxi volvió a pitar.

―Vamos, corre o te tendrás que ir andando ―me recordó.

Yo obedecí, porque no tenía ninguna gana de caminar las ocho horas, al menos, que me separaban del trabajo si tenía que ir andando, con tacones y por el camino largo. Porque no pensaba volver a atravesar el terreno de Deacon. Ordené a Ares quedarse allí y corrí al taxi.

El hombre trató de entablar conversación conmigo, pero yo me limité a mirar por la ventana, tratando de dejar la mente en blanco. Aunque la idea que le había dado a Ashley se me coló en la mente. ¿Y si me iba de verdad con ella una temporada? Quizá sería lo mejor. Will había dicho que tenía un hotel y que podíamos ir, ¿no? Quizá estar lejos de Deacon calmase ligeramente el dolor de mi pecho que me impedía respirar...

-o-o-o-

La noche se me estaba haciendo eterna. Encima, normalmente no me molestaban los comentarios obscenos, ni las manos intrépidas que trataban de sobarme, ni las tonterías de borrachos. Pero aquella noche, cada vez que alguien me hablaba, me daban ganas de responder con un puñetazo.

Y mi humor no mejoró ni un poco cuando la puerta se abrió, trayendo una bocanada de aire helado y vi a Deacon caminar con seguridad hacia la barra. Esta vez no hice intento de saltar al otro lado. Me limité a coger las jarras llenas y volver a repartirlas entre las mesas.

Cuando te coma el lobo  - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora