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Sky

Deacon y yo desayunamos juntos, tranquilos. Y me olvidé de que había quedado con mi abuela, otra vez. No es que los platos preparados tuvieran ninguna dificultad, pero estaba tan hambrienta que me pareció delicioso.

―¿Nunca vas a hablarme de ti, Deac? ―cuestioné, tras tragar un trozo de delicioso bacón.

―¿De mí? Si me hiciste un interrogatorio con tu abuela.

―Y no creas que no me di cuenta de lo hábilmente que hablaste solo de lo que te interesa. ―Agité la cabeza, pinchando un montón de huevo con el tenedor―. Quiero que me cuentes lo que te atormenta.

―No.

Fue tan rotundo, que solo pude alzar la vista sorprendida hacia él para mirarle boquiabierta. Pues sí que había durado la tregua entre nosotros... Se levantó, sin mirarme a la cara, y llevó su plato casi vacío a la pila.

―¿De verdad? ¿Tan tajante? ¿Nunca me lo contarás?

―Creí que solo querías sexo oscuro y perverso, no conversación, Sky.

―Creía que tú querías ser mi amigo, pero veo que sigues siendo el capullo de siempre.

Me puse de pie con la intención de largarme de allí, pero apenas pude dar un paso para buscar mi ropa, cuando tuve a Deacon rodeándome con los brazos desde mi espalda.

―Lo siento ―susurró―. No puedo hablar de eso, aún no, pero no me dejes solo ahora ―suplicó.

―Creo que me estoy haciendo a la idea de que es más horrible de lo que es de verdad ―expliqué, con un susurro, girándome para devolverle el abrazo.

―Es la guerra, Sky. No puede ser peor de lo que te imaginas.

Tiró de mi cintura y se sentó en el sofá. Hizo que me sentase sobre su pierna, como una niña pequeña en brazos de Papá Noel, pero no me importó. Me gustaba sentir su fuerza y su tamaño tan desproporcionados comparados conmigo.

―Pues dime cómo es. Habla conmigo. Clev dijo que no querías ir al psicólogo. Pero tendrás que desahogarte.

Guardó silencio un rato eterno, con la vista clavada en la mía. Sus ojos azules parecían atormentados, como si oscuras nubes de pesadillas cruzasen ante ellos.

―Es horrible. ―Enterró la cabeza en mi cuello, pero siguió hablando―. Nuestro trabajo consistía en avanzar por la noche, delante del resto del ejército, para desactivar las minas y crear un camino seguro para ellos.

―¿Eso hacías? ¿Desactivabas bombas?

―Minas. No están diseñadas para matar, sino para mutilar. Buscan crear el mayor daño posible, la conmoción. Es mucho más difícil para el ejército tratar con heridos que con muertos. Sin embargo, un error desactivándolas... Solo uno, puede ser fatal, mortal. Llegó un punto en el que iba andando por terreno supuestamente seguro y pisaba una hoja o un hueso animal y suplicaba porque no fuese una mina. Jamás olvidaré el sonido del accionador. Lo tuve que oír muchas más veces de las que debería, más de las que puedo recordar...

―Lo siento muchísimo. ―Acaricié su pelo en un absurdo intento de calmarle.

―No era solo eso, era terreno de guerra. Oías los disparos, el ruido se propagaba y nunca sabías si estaban cerca o lejos, si alguien, que normalmente era poco más que un niño, te saldría de golpe para pegarte un tiro... Todo estaba oscuro y podías ver los árboles agitándose y te preguntabas si eran enemigos o el aire. Solo podías rezar por que amaneciese y siguieras allí...

―No puedo imaginarme lo que sufriste... ―Se me quebró la voz y Deacon sacó la cabeza de mi cuello para mirarme a los ojos, que se me habían aguado―. Lo que sufres.

Cuando te coma el lobo  - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora