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Sky

―¿Estás segura, Sky? ―me preguntó con mucha seriedad, tras ponerse el condón y devolverme a aquella posición sobre él, de rodillas, pecho con pecho, frente con frente.

―Es un poco tarde para parar, ¿no? ―bromeé con la boca seca.

―Nunca será tarde para parar, preciosa ―me dijo con seriedad, acariciándome las mejillas.

―Quiero hacerlo, Deacon.

Apoyó las manos en mis caderas, para dirigirme sobre su erección, aunque no llegó a penetrarme, jugó con la punta sobre mi clítoris húmedo sin hundirse.

―Bésame ―ordenó.

Sonreí un segundo antes de sujetarle las mejillas y pegar sus labios a los míos con fuerza y cierta violencia. No quería ternura en ese momento, quería que el lobo desahogase su fuerza conmigo, que me hiciera estremecer y que me devorase hasta que me olvidara de todo lo malo del mundo y del miedo por nuestras dudas.

Deacon respondió con la misma intensidad y me penetró de golpe. Gemí entre sus labios por la brusquedad de su invasión. Era demasiado grande y pese a que mi humedad impidió el dolor, fue una sensación muy intensa. El absorbió mi queja antes de que llegase y apoyó la mano en mi nuca para profundizar el beso.

Nuestras lenguas bailaron una contra la otra, al mismo son que mi cuerpo se movía arriba y abajo por su erección, ayudado por la mano de Deacon en mi cadera, que imponía un ritmo rápido y profundo.

Mordisqueé sus labios y apreté sus brazos con fuerza para ayudarme a cabalgar sin perder el ritmo. El ardor en mi interior no tardó en llegar y supe que iba a correrme otra vez. Ni siquiera podía creerme que fuera a llegar tan rápido. Paré de besarle cuando el orgasmo me invadió. Él aprovechó su nueva libertad para volver a atrapar mi pezón perforado con sus dientes. La mezcla de sensaciones se lanzó a mi vientre y el placer se multiplicó.

Esta vez, cuando dejé de temblar, caí sobre su pecho y supe que no podría levantarme. ¿Cómo podía hacer que fuera tan intenso? Jamás lo había sido con nadie, ni conmigo misma. Por algún motivo, los orgasmos que me daba sola eran más rápidos, pero menos intensos que cuando lo hacía con alguien. Sin embargo, ningún otro se parecía a aquello.

Deacon pareció entender que no iba a moverme más, porque giró sobre su sofá y me tumbó sobre este. Pensé que iba a dejarme, y la idea no me gustó. Tendí una mano hacia él, que sujetó enseguida. Luego me levantó la pierna con la otra mano y me hizo rodearle mientras se tumbaba encima. Volvió a penetrarme despacio y yo grité de placer. Estaba mucho más sensible cada vez que me corría.

―Abre los ojos, Sky ―me dijo, con ese tono autoritario que llevaba todo el rato usando―. No quiero que tengas espacio para fantasear con otro.

No supe si bromeaba, pero yo no podía pensar en nada, mucho menos en ningún otro. Deacon besó mis mejillas y mis labios, sin dejar de penetrarme. No podía más. Más que fantasear, iba a dormirme de puro agotamiento. Y fue como si viera lo que me pasaba, quizá se me cerraban los ojos un poco, pese a que trataba de evitarlo, cogió mi mano y se llevó los dedos a la boca.

Le miré sorprendida mientras los lamía uno por uno, sin prisa. ¿Qué...? No me dio tiempo a preguntarle, antes de que se separase ligeramente de mí, sin dejar de moverse en mi interior, para llevarme los dedos a la entrepierna.

―Tócate, quiero que te corras otra vez para mí, preciosa.

Obedecí, más espabilada de golpe. Quería hacerlo, quería otro de esos orgasmos perfectos. Mantuve los ojos abiertos y clavados en los suyos, que estaban tan oscurecidos de deseo que parecían negros en lugar de azules. Acaricié mi clítoris al mismo ritmo que me embestía. Gimiendo, o gritando. Estoy segura de que pronuncié su nombre entre gritos y él no dejó de sonreír de una forma oscura, perversa y sexi.

Cuando te coma el lobo  - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora