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Aviso: El capítulo empieza con una escena que puede herir sensibilidades. Pongo una señal cuando finalice, por si queréis saltarosla.

*****

Deacon

Aquel día mi pesadilla era muy diferente. Para empezar, por primera vez sabía que era una pesadilla. Quizá porque el ambiente era muy diferente del habitual. Estábamos en la discoteca y no en medio del campo de batalla. Jenkins estaba a mi lado apoyado en la barra, mirando hacia la pista con una sonrisa.

Yo le imité, para ver a Sky bailando con Ashley. Ambas reían divertidas, rodeadas por los perros. Poseidón también estaba allí, aunque era el único que no miraba a las chicas. Su vista estaba clavada en mí.

―Él también te culpa ―me dijo Jenkins.

Y cuando me giré hacia él, vi su rostro ensangrentado y su cuerpo mutilado. Me aparté un paso, impresionado, y él tosió, lanzando un chorro de sangre que me manchó la cara.

―Fue culpa tuya. ¿Por qué no me salvaste?

―Jenkins... ―murmuré desesperado―. Lo intenté, pero te fuiste demasiado rápido y solo... Lo siento. Lo intenté de verdad...

―Mira, necesitan tu ayuda.

Un sonoro clic llamó mi atención entonces. Me giré conteniendo la respiración para ver qué pasaba. Ashley y Sky habían dejado de bailar y ambas me miraban aterradas. Bajo sus pies había sendas minas. Corrí hacia ellas, pero Poseidón se me lanzó a la cara, convertido en una masa de babas y dientes y yo me caí de espaldas en un intento de defenderme.

Le golpeé con el puño, tenía que llegar hasta las chicas, tenía que salvarlas. El perro soltó un quejido y cayó a un lado. Su cuerpo de pronto estaba hecho pedazos y cubierto de sangre. Me arrastré por el suelo hasta las chicas, procurando no mirarlo.

―No os mováis, os sacaré de aquí ―prometí.

Traté de escarbar para ver la mina, tenía que saber cómo era para poderla desactivar. Había muchos tipos diferentes. Jenkins, empapado de sangre y sin un brazo, una pierna y con la mitad de la cara destrozada, se arrodilló a mi lado sobre su única pierna y negó con la cabeza haciendo un chasquido repetitivo con la lengua. El suelo de cemento no cedió ante mis manos, por más que arañé desesperado.

―¡Si sabes algo dímelo, Jenkins! ―le grité levantándome para encararme a él, que seguía negando.

―No podrás desactivarlas. Si eres rápido a lo mejor puedes salvar a una...

Sabía lo que sugería: podía meter mi mano debajo del pie con cuidado y sujetar el botón. Pero estaban lo suficientemente lejos la una de la otra para que no pudiera sujetar las dos a la vez. Eso significaba que una saldría de allí, la otra no.

―Tranquilo, Deac. Está bien ―me dijo Sky, mirándome con las mejillas empapadas de lágrimas.

La quería tanto que no había forma de que la dejase allí, a merced de aquella cruel broma. Me giré hacia mi hermana, que lloraba desconsolada, con las manos cubriendo su cara.

Tampoco podía condenarla a muerte solo por haber tenido la mala suerte de acabar en mi vida. También la quería muchísimo. Era mi hermana, pero no solo eso, en aquel tiempo había llegado a considerarla alguien muy importante para mí.

Me estaba salvando poco a poco. Ella y Sky me estaban sacando de mi pozo oscuro. ¿Cómo iba a perder a ninguna de las dos? Volvería a caer al Infierno. Miré a Jenkins, que seguía negando con la cabeza.

―Ayúdame ―supliqué.

―¿Cómo tú me ayudaste a mí? ―se burló―. No, Deac, tienes justo lo que mereces.

Cuando te coma el lobo  - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora