Cuatro

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     Mis padres no me explicaron nada cuando pregunté lo que ya me parecía obvio. Pasamos cinco eternos minutos en silencio, hasta que mi madre anunció que había dejado la cena en el horno y debían volver a casa pronto. Se despidieron de mí con besos en las mejillas y mi padre le dio un empujón a Renata para que caminara, pues ella tenía la intención de quedarse conmigo. Emily me despidió con un movimiento de su pequeña mano mientras se mordía las uñas de la otra. Me dejaron en completa soledad. Incluso para mí fue extraño, pues lo único que quería en ese momento era que volvieran y me explicaran lo sucedido. Cuando me fuera con Emilio a Santa Barbara, dejaría de importarme la vida de aquellas personas. Pero esto era algo que moría por saber.

Me era imposible burlarme de la condición de Renata.

Tan sólo podía sentir lástima por ella. Seguramente aquél descerebrado malnacido, Diego Valdés, había sido el responsable. Quizá la había presionado hasta conseguir que se acostara con él. Y mi hermana, como la estúpida niña que era, había accedido pensando que él iba a hacerle el amor como a ninguna otra mujer. Siendo su hermano mayor, debí haberle advertido. Pero a pesar de la lástima que sentía por ella, quise creer que Renata lo merecía. No dejé que aquello me robara el sueño. Esa noche dormí como un bebé.

Amaneció al día siguiente y llevaron a mi habitación el insípido desayuno.

Consistía en un plato de ensalada de frutas y un vaso de jugo de naranja sin azúcar. Habría preferido no comer esa bazofia, pero debía engullirlo todo para evitar los comentarios de las enfermeras y del doctor Albino que atribuían mi falta de apetito a un efecto colateral del accidente.

Detestaba mi estancia en el hospital más de lo que detestaba las visitas de mi familia.

La noticia del muy probable embarazo de Renata seguía dando vueltas en mi cabeza. No podía dejar de imaginarla desnuda y frotando su cuerpo con el de Diego Valdés. Me era imposible dejar de ver en mi mente a Renata con las piernas abiertas y recostada en la cama de algún motel de paso. A Diego Valdés penetrándola frenéticamente, y a ella sintiéndose en el cielo.

Y entonces la veía oculta en el baño del colegio, hecha un ovillo en la esquina de algún cubículo y sujetando una prueba de embarazo casera que marcaba positivo.

Mis manos viajaron hacia mi vientre y lo acaricié preguntándome cómo debía sentirse recibir aquella terrible noticia. Si para mi supondría un infierno, supuse que para Renata era peor.

Emilio llegó puntualmente aquél día. Había metido de contrabando al hospital un poco de ensalada de atún y un par de cervezas. Devoramos nuestro desayuno. Admito que en ese momento me pareció que nunca había probado alimentos tan deliciosos. Detestaba la ensalada de atún, pero Emilio era un gran cocinero cuando se empeñaba en hacerlo. Al terminar, guardó la evidencia del crimen en bolsas de plástico y las lanzó por la ventana de mi habitación. Sonreí al imaginar que había golpeado a algún sujeto estúpido con ellas.

Dejó las ventanas abiertas para que el aroma del atún y la cerveza abandonaran la habitación antes de la visita vespertina de la enfermera en turno y el doctor albino. Emilio se sentó en el borde de mi cama para ponerme al tanto de las noticias que habían ocurrido en las horas anteriores.

Me explicó que Camila, Elaine y Ethan estaban planeando ir a visitarnos en Santa Barbara cuando terminara la mudanza. Me dijo también que Camila había comenzado a salir con un enfermero del hospital. Quizá si ella me hubiera interesado un poco me habría sentido mal por enterarme de que se estaba viendo con otro hombre sin antes haberle dado fin a lo nuestro. Sin embargo, me sentí satisfecho cuando entendí que todo entre nosotros había acabado. Lo que más me alegró era que ya no tenía que embriagarme para hacer el amor con ella. Emilio se sintió aliviado al no tener que consolarme por nuestra ruptura y mencionó que no comprendía qué era lo que yo había visto en Camila como para decidir tener algo formal con él. Y, a decir verdad, ni siquiera yo conseguía entenderlo.

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora