Ocho

133 20 2
                                    

Nuestros amigos fueron a visitarnos tal y como lo habían prometido.

Debo confesar que en un principio creí que no irían, y que sólo lo habían dicho para quedar bien con Emilio. Fue un día largo para nosotros. Tuvimos que salir de compras para abastecernos de frituras y comida chatarra. Decidimos comprar comida tailandesa para cenar, pues Emilio no tenía ánimos de cocinar. Estaba tan emocionada por volver a ver a Ethan que daba botes de alegría por todas partes.

Compramos ropas especiales para ese día en Loreto Plaza. Emilio se consiguió un par de shorts y pantalones vaqueros entallados, camisas pegadas, y camisas con escote pronunciado y sandalia. Yo vi en los escaparates un hermoso traje de terciopelo negro en una tienda de trajes de noche. Robó mi atención y me enamoré de él desde el primer momento en que lo vi. Era entallado y con una camisa de botones que podría dejar abiertos para tener el pecho descubierto, el saco eran muy delgados y el maniquí que lo llevaba puesto lucía un reloj con pequeñas piedras negras que hacían juego. No podía dejar de verlo. Era encantador. Pero Emilio se negó a comprarlo.

—Es como para usar en un funeral —dijo—. Nadie ha muerto, así que no lo compraremos.

Tenía razón hasta cierto punto, pero yo quería poseer ese traje.

Pensé, medio en broma, que debía asesinar a Emilio para tener una razón y comprarlo.

Al decirle lo que había imaginado, el soltó una carcajada y rodeó mis hombros con un brazo.

Luego del incidente con el traje, me negué a seguir participando en las compras. Así que el se encargó de todo y me compró los mismos conjuntos que el había elegido, aunque de colores más oscuros. A el le gustaba usar ropas coloridas. A mí me gustaban más las escalas de grises.

Nuestros amigos llegaron esa noche al apartamento cargados con su equipaje. Aparcaron su auto junto al nuestro en el estacionamiento. Hubo un intercambio de besos y abrazos. Camila tuvo el descaro de saludarme con un delicado beso en los labios. Emilio sonrió divertida ante ese gesto, y yo quise abofetearla.

Nos sentamos a la mesa, entre bromas y risas, y comenzamos a devorar la comida tailandesa. Acompañamos cada bocado con tragos de cerveza. La habitación se llenó con el sonido de sus carcajadas, pues yo hacía todo lo posible por mantenerme en silencio. No me sentía con ánimos de socializar con ellos. Me era imposible desenvolverme estando en presencia de otras personas distintas a Emilio. La conversación que ellos mantenían no tenía ningún sentido. Un minuto hablaban del clima y al siguiente, estaban quejándose del tránsito de la carretera.

—¿Cuánto tiempo se quedarán? —pregunté luego de sumirnos en un breve silencio.

Mi voz se escuchó un poco ronca, como si hubiera pasado mucho tiempo sin pronunciar una sola palabra en la vida.

—Una semana —sonrió Ethan.

—¡Debemos ir a Leadbetter Beach mañana mismo! —exclamó Emilio dando una palmada.

Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que sólo organizaba esa salida porque quería lucir su cuerpo ante Camila y Elaine. Ethan y Emilio intercambiaron un guiño. Escuché a Camila y Elaine hacer planes para su estancia en Santa Barbara. Camila quería visitar las tiendas en busca de un lindo obsequio para su pareja.

Aquella noche no logré conciliar el sueño.

Pensé al principio que se debía a que no estaba nada acostumbrada a que hubiera más personas en nuestro apartamento.

Camila y Elaine dormían en dos sofás.

Ethan compartía la cama con Emilio.

Pasé tres horas moviéndome en la cama sin encontrar la posición más cómoda, sin poder conciliar el sueño. No lograba comprender qué era lo que me provocaba tanta inquietud. No entendía por qué era que me afectaba tanto que mis viejos amigos estuviesen de visita. No...

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora