Doce

117 13 0
                                    

La ducha que tomé me ayudó a limpiar toda la sangre que se había impregnado en mi cuerpo. El pequeño cuarto de baño estaba lleno de vapor del agua caliente. Dentro se aspiraba el aroma del jabón corporal y el olor metálico de la sangre. Al salir, me cubrí con una toalla y me acerqué al espejo. Limpié el vaho con el dorso de la mano y mi reflejo me devolvió la mirada. Mi cabello húmedo enmarcaba mi rostro. Mis ojos aún estaban llorosos, pero no se veían ya como si hubiese inhalado cocaína.

Había algo en mi reflejo que no cuadraba con el Joaquin Bondoni de horas antes.

Es algo imposible de describir con palabras.

En una ocasión, mi padre nos contó mientras cenábamos que había conocido a un chico durante sus años de universitario. Aunque ese sujeto era bajito e insignificante, mi padre insistía en que algo en él estaba mal. Decía que, aunque no supiera mucho de él, era evidente que había hecho algo muy malo. Era como si llevara sobre la cabeza un anuncio de color rojo y con luces intermitentes que anunciara en letras gigantes: PELIGRO. Mi padre se enteró tiempo después de que aquél insignificante muchacho, bajito y casi invisible, había asesinado a una persona.

Eso era lo que yo veía en mi reflejo.

Quizá se debía a que estaba perfectamente consciente de lo que había hecho y por eso me notaba diferente. Esperaba que el cambio fuera obvio para cualquiera que me viera, sin importar si me conocía o no.

Con eso lograría intimidar a los demás y nadie tendría el valor de acercarse a mí.

Le sonreí a mi reflejo y el me devolvió la sonrisa.

Me puse lo primero que encontré en mi armario. Me calcé los zapatos. Tomé el cuchillo con el que apuñalé a Emilio. Guardé su móvil en el bolsillo de mis pantalones, al igual que la aguja y el hilo sobrante. Y salí del apartamento.

No había ni un alma en el pasillo. Supuse que Emilio les importaba tan poco que habían desistido de sus intentos demasiado pronto. Eso, o quizá estaban tan aterrados que preferían no intervenir. Miré la hora en el teléfono de Emilio.

Eran casi las cuatro de la mañana. Volví sobre mis pasos para buscar las llaves del auto y cerré la puerta del apartamento a cal y canto. Me tuve que apresurar para evitar toparme con uno de los vecinos que salía a esa hora para dirigirse a la oficina. Abordé el auto de Emilio y lancé mi equipaje sobre el asiento trasero. El cuchillo cayó al suelo del vehículo. Aún no pasaba el efecto de la adrenalina que me provocó el simple hecho de asesinar a Emilio, así que ni siquiera sentí dolor al cerrar mis manos sobre el volante. Encendí el motor, pisé el acelerador y me alejé a toda velocidad de Santa Barbara.

Cuando me di cuenta, ya estaba en la carretera.

No tenía bien claro lo que haría al volver a Georgia, a pesar de que estaba decidida a asesinar a Ethan Colon y los demás. ¿Cómo iba a lograr que se acercaran lo suficiente a mí, si lo que ellos querían era mantenerse alejados? ¿Debía seguirlos, acosarlos, hasta que los encontrara solos y vulnerables? Era cuestión de tiempo para que encontraran el cuerpo de Emilio y comenzaran las investigaciones, así que debía darme prisa. Detuve en seco el auto al darme cuenta de lo estúpido que había sido. ¿En qué momento creí que era buena idea dejar abandonado el cuerpo de Emilio en nuestro apartamento? Si la encontraban muerto y yo estaba desaparecido, sin duda la policía me daría caza. Y si me enviaban a prisión, ¿quién iba a asesinar a Ethan, Elaine y Camila?

Los otros autos que tenían que maniobrar para esquivarme no dejaban de tocar insistentemente la bocina para que encendiera de vuelta el motor y avanzara. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba a mitad del carril sobre el que viajaba y por un momento me imaginé que quizá podría provocar un accidente. Sonreí al imaginar los autos estrellándose unos contra otros, las personas gritando y chillando mientras sentían que sus cuerpos se doblaban por la fuerza del impacto. ¿Cuántos muertos habría? ¿Acaso detrás de mi venía otro chico similar a lo que yo lo era antes del accidente que me convirtió en un lisiado inútil?

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora