Veinticuatro

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Comprobé que mis padres habían salido cuando entré en su dormitorio y no los vi. Seríamos sólo Renata y yo, a no ser que Emily despertara. Aunque le había perdonado la vida, no dudaría en borrarla del mapa si acaso pretendía defender a Renata cuando la estuviera persiguiendo con mi cuchillo en alto.

Antes de dirigirme a la habitación de Renata, tuve que detenerme para hacer un recuento de todas las posibles salidas que Renata tenía para escapar. Estaban la puerta principal y la puerta de la cocina que daba al patio trasero. Las ventanas del primer piso eran lo suficientemente grandes como para que alguien se escabullera por allí. Ninguna ventana del piso superior le serviría, ya que caería al vacío y se rompería un hueso, dándome tiempo de bajar por las escaleras y alcanzarla. Tenía que asegurarme de que Renata no bajara por las escaleras. Al menos, no en una pieza. Si lograba acorralarla en algún rincón, todo terminaría y podría irme.

Hice también un recuento de mis armas. Llevaba conmigo las tijeras y el cuchillo favorito de mi padre. Más que suficiente para matar a la pequeña prostituta.

Terminado el ritual, tomé un profundo respiro y fui hacia la habitación de Renata.

Renata dormía al final del pasillo, en una habitación pequeña. Tenía más ventanas que el resto de los dormitorios por ubicarse en una de las esquinas de la casa. La puerta soltó un fuerte rechinido, y me pregunté por qué nuestros padres no habrían puesto un poco de aceite por las bisagras. La habitación de Renata tenía las paredes de color salmón y el alfombrado de color durazno hacía juego. Había collages de fotografías hasta donde alcanzaba la vista. Imágenes de sus amigos del colegio, combinadas con los artistas de moda. Vi varias veces los rostros de Diego Valdez y Camila, así como aparecían todos los ex novios de la pequeña prostituta.

Renata dormía acurrucada en su cama, envuelta en su cobertor púrpura y abrazando un oso de felpa al que cariñosamente llamaba Jimmy desde los cinco años. No podía ver nada que no fuera su cabeza y parte de sus brazos. No me habría sorprendido saber que debajo de ese cobertor había un camisón pequeño y transparente como solía utilizar.

Levanté el cuchillo y permití que el odio hacia ella me invadiera.

Sólo debía dejar caer el filo sobre ella y el cuchillo haría el resto del trabajo.

Debo haber estado respirando de una forma muy pesada, pues Renata abrió los ojos en ese momento. Nuestras miradas se cruzaron por un segundo y todo ocurrió casi en cámara lenta. Solté un grito y dejé caer el cuchillo sobre ella al mismo tiempo que Renata estiraba un brazo para tomar su lámpara de la mesa de noche y estrellarla contra mi cabeza. El cuchillo rasgó al oso Jimmy y Renata salió corriendo de la habitación al mismo tiempo que sollozaba estridentemente.

Me recargué en la pared mientras intentaba recuperarme del golpe. Mi oído derecho destilaba sangre y dolía. Sentí también que tras el golpe de Renata, la punta de las tijeras presionaba contra mi piel y había abierto un pequeño corte que sangraba. Tuve que sacarlas de su escondite y dejé el cuchillo clavado en el oso de felpa para perseguir a mi hermana.

Renata había abierto la puerta de la habitación de Emily y escuché que intentaba persuadirla de que abandonaran la casa, pues ambas corrían peligro. Emily se negó rotundamente y la escuché gritar. Fue entonces cuando supe que había logrado aterrarla con las pocas palabras que le dirigí estando en su habitación. Vi a Renata salir de la habitación de Emily con nuestra hermana pequeña en brazos. Ambas soltaron un grito cuando me vieron perseguirlas con las tijeras en alto. Emily no dejaba de lloriquear.

Ese molesto sonido taladraba en mis oídos. ¿Por qué no me encargué de ella cuando tuve la oportunidad? Debí cortarle el cuello para evitar que llorara.

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora