Catorce

85 12 0
                                    

Volví al auto cuando el celador del Kettle Creek Cemetery me avisó que era hora de cerrar las puertas. Me preguntó al verme salir si había visitado a algún familiar enterrado allí. Lo ignoré olímpicamente y seguí mi camino. Revisé el teléfono de Emilio antes de partir. No había nuevos mensajes ni llamadas perdidas.

Encendí el motor del auto y conduje en silencio hasta llegar al Ware Hotel, en Tebeau Street. Tuve que ir con cuidado de no toparme con mi familia pues aún me encontraba en Waycross. Lo último que quería en esos momentos era un cálido e hipócrita recibimiento por parte de mis padres. Seguramente Renata daría brincos por toda la habitación y mi madre me abrazaría como si no me hubiera visto en años.

Luego empezarían las preguntas de rutina.

¿Ya comiste?

¿Te alimentas correctamente?

¿Has bebido?

¿Estás usando drogas?

¿Asistes a la terapia?

Tenía que evitar eso a toda costa.

Aparqué el auto en el estacionamiento del hotel y revisé mi equipaje para contar el dinero que llevaba. No era mucho, pero serviría para pagar mi estancia en el hotel durante un par de días.

Tomé mis cosas y entré al establecimiento.

Avancé velozmente hacia la recepción y vi, para mi satisfacción, que algunas personas se sentían incomodas con mi presencia. ¿Me conocían o podían sentir de alguna manera que me había convertido en un asesino?

Deseé que fuera lo segundo, así que miré a todos y cada uno de ellos como si quisiera decirles: Sí, yo maté a Emilio Osorio y tú eres el siguiente.

—Bienvenida a Ware Hotel —me saludó la recepcionista cuando me tuvo enfrente, para luego añadir lo que menos esperaba—: ¿Joaquin?

Fue entonces cuando me fijé bien la recepcionista.

Era una chica morena de ondulado cabello negro. La forma de sus ojos, sus facciones e incluso su lenguaje corporal fueron los que la delataron.

—¿Joaquin Bondoni?

Me quedé sin habla.

Incluso el tono de su voz era parecido.

Busqué alguna placa con su nombre para corroborarlo, pero no había nada que no fuera ese collar de perlas que usaba para intentar distraer la atención que llamaba su pronunciado escote.

—¿Eres Joaquin Bondoni, o no?

—¿Romina Osorio?

Logré pronunciar su nombre de la misma forma que habría hecho si un día de verano me topara a Papá Noel caminando por Leadbetter Beach vestido sólo con un bañador ajustado.

Romina me miró con curiosidad y pude notar un atisbo de desprecio.

¿Era necesario encontrarme con la hermana mayor del chico que asesiné en Santa Barbara?

Decidí ponerme a la defensiva.

—¿No estabas estudiando en Nueva York? —pregunté con desdén para dejar claro que su presencia no era de mi agrado.

—Decidí tomar un año sabático luego del accidente que tuvo mi hermano con sus amigos —respondió con la misma actitud—. Mis padres necesitan que alguien los acompañe ahora que Emilio se fue. ¿Y tú? ¿No deberías estar en Santa Barbara?

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora