Veintiseis

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Conduzco sin parar. Sin preocuparme por el alto que marcan los semáforos, ni por los otros conductores que tocan la bocina enfadados cuando me interpongo en sus caminos. No dejo de ver por la ventanilla del auto a Ethan, Elaine y Camila. Me sonríen y se despiden de mí, sacudiendo sus brazos con las manos cortadas. ¿Por qué me están siguiendo?

¿Qué están haciendo aquí?

Yo los maté.

Sé que los maté.

Remonto Plant Avenue Extension y me dirijo a Blackshear.

El tanque de gasolina está por acabarse.

Sé que no llegaré muy lejos.

Las patrullas dejaron de escucharse desde que dejé Heritage Center atrás. La policía no me sigue. Eso es un alivio. De lo único que debo preocuparme ahora es de Ethan, Elaine, Camila, Renata, y los hermanos Osorio. No dejan de aparecer cada vez que miro hacia un lado o hacia el otro. ¿Cómo pueden haber llegado hasta aquí?

Elaine se detiene a mitad de la carretera y yo lo golpeo con el frente del auto para sacarlo de mi camino. Lo escucho golpear el techo del auto e incluso ha quebrado más el cristal del parabrisas. Miro por el espejo retrovisor, pero no cae ningún cuerpo. Debe seguir arriba y está esperando la forma de entrar en el auto.

Cuando me doy cuenta, ya entré en Blackshear y estoy conduciendo en sentido contrario por Grady Street. Los autos vienen hacia mí y giran violentamente el volante para evitar estrellarse conmigo.

Estoy llorando desconsoladamente y me cuesta respirar con normalidad.

Busco mi reflejo en el espejo retrovisor y ahí está Emilio , sonriéndome y sentada en el asiento trasero. Aterrado, suelto un grito y me estrello contra un árbol.

El golpe me provoca un fuerte aturdimiento.

Todo es borroso. Mi cuerpo duele por todas partes. El cristal del parabrisas quedó hecho añicos y el capó del auto se ha curveado alrededor del tronco. Sale humo del motor y no tiene caso que intente encenderlo de vuelta.

Hago un inventario de todas mis extremidades para asegurarme de que puedo moverme con normalidad. A excepción de un par de dolores punzantes, me encuentro, desafortunadamente, en una pieza. Tengo un par de golpes además de las heridas que Renata me provocó durante su persecución.

¿Y esos cortes en mis nudillos?

¿De dónde salieron?

Cinco limpios cortes provocados con un cuchillo y, al parecer, hechos con la intención de cortar mis dedos.

No recuerdo haberlos visto antes. Son recientes a juzgar por la sangre que sigue brotando de ellos.

La mano de Romina.

No estaba en realidad ahí.

Era mi propia mano la que intenté cortar.

Pero, entonces...

¿Tampoco eran reales todas esas apariciones de Emilio, Renata y los demás eran reales?

¿Y la policía?

¿Todo lo imaginé?

Sí, tiene que haber sido una ilusión. De lo contrario, me habrían perseguido al verme escapar de la casa de mis padres.

Hay un dolor punzante en mi hombro. Puedo ver en el espejo retrovisor que hay un pequeño golpe que sangra en el mismo sitio donde creí que Emilio me había sujetado con sus gélidas manos.

¿De dónde salió y quién me golpeó realmente?

¿Emily?

¿Algún vecino que escuchó los gritos de Renata y entró a la casa para ayudarle?

No entiendo nada.

De pronto mis sollozos son más fuertes y no comprendo de dónde vienen tantas lágrimas. ¿Qué las provoca? ¿Qué es lo que me duele?

Pensarlo no hace falta. Lo sé perfectamente.

Nada salió de acuerdo a lo que planeé con tanta cautela.

¿De qué me servía haber matado a tantas personas? No resolví nada, mi vida no mejoró. Sigo siendo la lisiado Joaquín Bondoni que no puede mover sus manos y a la que nadie jamás ha amado. Ahora es cuando me doy cuenta del problema.

Vengarme de quienes me llevaron a la carretera aquél fatídico día, de la persona que llegó al mundo para quitarme el amor de mis padres, no va a darme felicidad, ni curará mi condición para volver a ser una persona normal. No importa cuánto lo intente. Siempre seré la oveja negra en cada lugar al que vaya. En Santa Barbara lo comprobé. Todos preferían a Emilio. Todos querían a Emilio. Quienes conocían a mi familia amaban a Renata. Todos protegían a Renata.

¿Y a mí?

¿Quién me protegía...?

¿Quién me amaba...?

¿Quién me quería...?

Tomo el cuchillo una última vez y siento las lágrimas seguir corriendo por mis mejillas. Son cálidas y me alegra saber que será esa la última sensación que lograré percibir.

Jamás he llorado tanto.

Ahora me siento libre luego de sacar toda esa rabia que había acumulado, y sigo sintiéndome como el ser humano más miserable del mundo.

Coloco el cuchillo sobre mi muñeca izquierda y presiono hasta que la sangre brota. No me importa sentir dolor. Nada puede herirme ahora. Sigo cortando sin parar de sollozar, y tan sólo puedo desear que sea esto lo que finalmente pueda acabar con mi sufrimiento.

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora