Veintidos

78 12 0
                                    

Las tijeras no sirvieron para cortar las manos de Camila y no había mucha variedad de cuchillos en su cocina, así que terminé por tomar un cuchillo con dientes de sierra y aplicando la fuerza suficiente logré cortarlas. El corte no fue tan limpio como en las otras ocasiones, pero funcionó. Su rostro había quedado irreconocible luego de tantas puñaladas. Dejé sus manos sobre su cuerpo y salí del sótano tambaleándome. Mi labio inferior sangraba y ardía. Tuve que ir al lavamanos del sucio cuarto de baño para enjuagar la herida y refrescarme poco. Escupí sangre y me miré en el espejo. No me reconocí.

El hombre que me devolvía la mirada en ese sucio espejo era totalmente distinta al Joaquin que yo recordaba. Mi cabello castaño estaba empapado en sudor y había un par de gotas de sangre salpicada en mis mejillas. Mis ojos estaban rojos e hinchados, eso hacía resaltar el color miel de mi iris. Mis hombros no paraban de subir y bajar a causa de mi respiración acelerada. La herida en mi labio inferior resaltaba en mi piel blanca, incluso parecía que había palidecido.

Verme transformado en eso me perturbó.

Abandoné el cuarto de baño para no tener que seguir viendo mi reflejo. Caminé por la estancia buscando las llaves del auto destartalado de Camila y las encontré entre un montón de envoltorios vacíos de comida china.

Salí de la casa y me monté en el auto aparcado en la acera. Era un modelo viejo que se encendió con un traqueteo. Pisé el acelerador y tomé mi camino hacia Heritage Center.

No logré calmarme. Era como si hubiera perdido ya toda la poca cordura que aún me quedaba. Mis manos seguían engarrotadas, como si de pronto los asesinatos que cometía hubieran dejado de ser suficientes para hacerme sentir mejor.

Incluso el dolor era mucho peor de lo que había sido desde que desperté en el hospital con mis manos destrozadas. Tuve que detener el auto para tomar un profundo respiro e intentar calmarme. Arruinaría mi plan si llegaba alterada a la casa de mis padres.

Inhalé...

Exhalé...

Repetí eso durante cinco largos minutos hasta que pude sentirme un poco menos angustiada. Grité y golpeé el volante del auto con mis manos, de repente ya estaba llorando desconsoladamente.

El odio en contra de mi familia, contra los que decían ser mis amigos, contra Renata, contra el mundo entero, era lo único en que podía pensar.

De pronto comencé a escuchar sus voces repitiendo todos aquellos comentarios hirientes que habían hecho a lo largo de mi vida, con siniestros ecos que taladraban en mis oídos.

—¡Deja de hacer ruido y vete a dormir, Joaquin! —Decía mi madre cuando tocaba el violín por las noches sentada en el alfeizar de la ventana de mi habitación—. ¡Parece que estuvieras estrangulando a un gato!

—No pienso desembolsar un solo centavo para que vayas a perder tu tiempo en esa escuela de arte —había dicho mi padre cuando le comenté sobre Juilliard—. Y no voy a dejar que arruines tu vida. Si vas a la universidad, será para estudiar algo de provecho.

—Tenía que escribir un ensayo sobre una de mis hermanas mayores y lo mucho que la admiro —escuché decir a Emily durante la cena en una ocasión—. Así que decidí hacerlo sobre Renata, no sé si admiro a Joaquín o no.

—¡Me avergüenza invitar a mis amigos a esta casa, porque siempre está Joaquin paseándose como si fuera la fantasma de una película de terror! —había dicho una vez Renata durante el desayuno.

—Lo que tú necesitas es un buen psicólogo —me había dicho Emilio poco antes de matarla.

Todas aquellas críticas hirientes, todos aquellos comentarios malintencionados, la evidente falta de atención y cariño... ¿Por qué Renata nunca fue tratada con desdén? ¿Por qué Emily tuvo que elegir a Renata como su hermano favorita? ¿Por qué mis padres tuvieron que preferir a la pequeña prostituta en lugar de a mí?

Alex no había respondido a mi pregunta.

¿Qué tenía Renata que no tuviera yo?

Decidí dejar de pensar y simplemente hacer lo que quería hacer. No importa cuánto tiempo me detuviera a pensarlo, siempre resultaría ser Renata la causa de mis desdichas. Después de todo, fue por ella que decidí hacer el viaje a Nueva York.

Fue por ella que estuve en la carretera el día del accidente.

Fue por ella que decidí irme a Santa Barbara.

Y era ella la razón de que hubiera vuelto a Georgia.

Fue entonces que lo vi cruzando la calle.

Diego Valdés iba caminando con torpeza con una botella de Vodka en la mano, parecía que iba saliendo de una fiesta o de un bar de mala muerte.

Sin pensarlo, pisé el acelerador y lo impacté de lleno con el auto oxidado de Camila. Diego dejó un rastro de sangre y quebró el cristal del parabrisas del auto. Lo vi caer al suelo por el espejo retrovisor y yo seguí avanzando sin detenerme, confiada en que también había matado a Diego. Fue como si alguien más hubiera tomado el control de mi cuerpo. Y cuando me di cuenta, ya estaba demasiado lejos como para hacerme responsable del segundo asesinato no planificado.

La casa de mi familia se alzaba frente a mí.

Pronto podría cobrar venganza de todo el sufrimiento que Renata me había provocado a lo largo de mi vida.

Tengo dos nuevas adaptaciones es mi perfil por si gustan ir a leerlas❤️✨

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora