Fue así como ocurrió. Es por eso que estoy aquí. De pie, frente al cuerpo inerte de mi hermana.
Sin embargo, hay algo que no está bien. Hay algo que cambió.
Algo hace falta.
Mis manos se engarrotan. Parece que estuvieran entumecidas, y flexionar los dedos me produce un dolor mil veces peor que la muerte.
¿Qué está pasando?
Cuando asesiné al gato y a Emilio me sentí tan bien, tan extasiado, que el dolor desapareció momentáneamente. Volví a sentirme como una persona normal cuyos dedos no se engarrotaban sin razón aparente. Incluso cuando asesiné a Romina pude sentirme así. ¿Qué hay de diferente en el asesinato de Renata?
¿Por qué no me ha provocado la misma satisfacción?
De pronto, mi carcajada da lugar a lastimeros gemidos que dejan clara mi angustia y mi terror.
¿Qué salió mal?
¿Dónde está el error?
¿Incluso muerta, Renata debía arruinar este momento?
¿Por qué no desaparece el dolor?
¿Por qué me siento tan miserable?
Comienzo a gritar sin importarme que pueda llamar la atención de los vecinos. Golpeo mi cabeza con mis propios nudillos, sin importarme las fuertes punzadas de dolor que lanzan mis manos por haberlas cerrado tan de golpe. Presa de la ira y la desesperación, tomo de vuelta el cuchillo y lo utilizo para hacer un sinfín de laceraciones en el cuerpo de mi hermana con la esperanza de que ella siga gritando. La apuñalo una y otra vez, deseando con todas mis fuerzas que despierte y siga demostrándome su temor para hacerme sentir vivo. La tomo por sus rubios cabellos y comienzo a estrellar su cabeza contra el suelo. Su cuerpo parece hecho de trapos.
—¡¡Despierta, Renata!! ¡¡Ya despierta, maldición!!
Pero Renata no responde. No respira. No se mueve.
Murió.
Dejo caer su cabeza contra el suelo una última vez antes de alejarme, empuñando el cuchillo con una mano. Puedo sentir cómo mis dedos se ponen rígidos alrededor del mango. Casi pareciera que alguien los ha bañado con cemento que está empezando a secarse. Intento presionar con más fuerza el mango y busco a tientas las heridas que coseché durante mi pelea con Renata.
Necesito tocarlas.
Introduzco mi dedo índice en la herida que me dejó el atizador y grito al sentir el dolor. Brota más sangre y comienzo a sentirme vivo, pero no es igual a la primera vez. No se compara a cuando asesiné al gato. No es siquiera comparable a cuando apuñalé a Emilio.
—Joaco.
Escucho esa voz y me congelo. Me giro rápidamente para encontrarla detrás de mí, pero no hay nada.
Sin embargo, no estoy loca.
No ha sido una alucinación.
Lo he escuchado.
Estaba detrás de mí y puedo figurármela mirándome con angustia.
Emilio estaba ahí. Lo sé. Estoy convencido.
Me alejo de Renata a trompicones y comienzo a lanzar lejos todos los muebles de la habitación para encontrarla. Debe estar oculta en algún sitio, dentro del armario o debajo de la cama.
El sitio queda hecho un desastre cuando termino y no hay rastro de el.
—Joaco.
Me sigue llamando. Puedo escucharlo como si estuviera mirando por encima de mi hombro.
De pronto, comienza a hablar con más insistencia.
Su voz taladra en mis oídos. Intenta torturarme.
—Joaco... Joaco... Joaco...
Doy mil y un vueltas intentando encontrarla detrás de mí, pero siempre desaparece.
¿Cómo es posible que haya llegado a Georgia? Yo lo maté. Debería estar aún en Sandpiper Lodge, esperando a que la policía lo encuentre.
Lo maté, ¿no es así...?
Está muerto.
Tiene que estarlo.
Me detengo frente al espejo empotrado en la pared, frente al que Renata solía modelar su uniforme de porrista exhibicionista, y ahí está ella.
Emilio Osorio está de pie detrás de mí.
Tiene puñaladas por todo el cuerpo. Las cuencas de sus ojos están vacías. Su garganta está cortada de lado a lado y la sangre corre por las comisuras de sus labios. Veo sus manos cosidas con hilos negros y se mueve como si su cuerpo entero estuviese engarrotado. Escucho el crujir de sus huesos cuando mueve el completo lado derecho de su cuerpo para dar un paso hacia mí.
Volteó tan rápido que mi cuello duele, pero Emilio ya no está ahí.
Se esfumó.
Lo veo de nuevo cuando me miro en el espejo por segunda ocasión, y el está más cerca de mí. Emilio coloca una de sus manos, heladas como un témpano de hielo, sobre mi hombro derecho y presiona con tal fuerza que podría romperme las clavículas. Intento defenderme. Pero cuando me doy, cuenta ya estoy apuñalando al aire. Emilio no está, pero yo sigo sintiendo esa presión sobre mi hombro.
¿Qué mierda está pasándome?
Vuelvo a ver el espejo y Renata se encuentra sentada con las piernas cruzadas. Esboza una sonrisa terrorífica. Sus brazos siguen destilando sangre y ella se levanta dificultosamente para unirse a Emilio. Renata separa un poco sus labios y la sangre brota a chorros de su boca.
Suelto un agudo y estridente grito antes de salir corriendo de la habitación sin soltar mi cuchillo. Casi me parto el cuello cuando caigo desde la mitad de la escalera. He soltado el cuchillo al tropezar, así que no muero con él clavado en mi garganta.
Me recupero de la caída y estiro una mano para tomar el cuchillo de vuelta. Una mano cortada me sujeta entonces de la muñeca. Puedo distinguir la manicura de Romina.
Suelto un grito cuando la veo arrastrarse hacia mí, dejando un camino de sangre a su paso.
Escucho de nuevo la voz de Emilio.
—Déjame ayudarte, Joaco.
Con la mano de Romina sujetándome, Emilio me abraza por la espalda y puedo sentir la herida de su garganta presionándome el cuello. Escucho la carcajada que suelta Renata mientras se acerca a mí. Emilio no deja de repetir mi nombre. Le doy a Emilio un empujón con todas mis fuerzas y consigo tomar el cuchillo con mi mano libre para intentar cortar los dedos de la mano de Romina para liberarme.
Llena de profundos cortes, la mano cae al suelo y echo a correr para salir por la puerta principal al mismo tiempo que escucho las patrullas enfilándose por la calle. Subo al destartalado auto de Camila y piso el acelerador. Me alejo de la casa Bondoni y las llantas sueltan un chirrido cuando acelero a fondo.
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El violinista
FanfictionJoaquin Bondoni es un talentoso violinista que pierde la movilidad de sus manos tras un terrible accidente. Un viaje con su mejor amigo, Emilio Osorio, se convierte en su oportunidad de empezar desde cero, en Santa Bárbara, California. Sin embargo...