Quince

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¿Qué estaba haciendo Romina afuera de mi habitación? ¿De qué quería hablar conmigo? Recordé entonces que el cuchillo había quedado en el suelo del auto. Mi única arma era una lima para uñas. No servía de mucho, pero la tomé y me acerqué cautelosamente a la puerta. Puse una mano sobre el picaporte y respondí.

—Yo no tengo nada que hablar contigo.

—Abre la puerta, Joaquin. Te invito un trago, ¿qué te parece?

¿Cuál era su treta? ¿Qué era lo que pretendía? No podía fiarme de ella, pero tampoco podía darle motivos para sospechar de mí pues necesitaba pasar desapercibido hasta que hubiera terminado con mi trabajo. No me quedó más remedio que aceptar de mala gana.

—Bien.

Abrí la puerta lentamente y me topé con Romina. Se había cambiado de ropa y se veía más casual. La mirada que ella me dedicó fue suficiente para darme a entender que jamás había visto un traje de noche. Oculté tras mi espalda la mano con la que sostenía la lima para uñas pensando que podría clavarla en el cuello de Romina si se acercaba demasiado.

—Lindo traje —me dijo.

Supe que su cumplido era un engaño.

—¿Por qué quieres salir conmigo?

—Eres amigo de mi hermano. Quiero conocerte un poco ya que vives con él. ¿Aceptas el trago, o no?

Si Romina se embriagaba sería más fácil borrarla del mapa, la atraparía desprevenida y sería cuestión de echar mano del cuchillo que tenía en el auto para cortar su cuello. El plan saldría a la perfección.

—Dame un momento —dije, y volví a cerrar la puerta para tomar lo que necesitaba de la habitación.

Me puse los guantes negros y oculté la lima para uñas en el escote de la camisa. Tomé también el móvil de Emilio y las llaves del auto. El aparato era tan delgado que podía ocultarlo sin problemas bajo el terciopelo. Miré mi reflejo por última vez en el espejo para asegurarme de que todo estaba en su sitio y salí de la habitación.

Romina me dedicó una sonrisa hipócrita y echamos a caminar para salir del hotel. Entramos al ascensor. Romina lo accionó para bajar a la recepción. Me miró fijamente por un minuto entero y rompió el incómodo silencio lanzándome una pregunta:

—¿Por qué usas ese traje?

No respondí.

¿Qué le importaba a ella la forma en la que decidía vestir?

Romina bufó y volvió a intentar.

—Si lo has elegido para salir esta noche, tengo que decirte que se vería mejor en un funeral que en un bar.

Ese comentario nuevamente... Definitivamente era cosa de familia.

Nuevamente guardé silencio y seguí a Romina por el estacionamiento.

Ella tenía la intención de que fuéramos en su auto. Se detuvo frente a un Jeep de color negro y la vi sacar las llaves de su bolsillo.

—Vamos en mi auto —propuse, quizá muy apresuradamente.

Me miró confundida por un segundo, pero al final aceptó.

Tuve que crear una coartada convincente para explicar el hecho de que había llegado a Georgia en el auto de Emilio, así que dije intentando sonar despreocupado:

—Discutí con tu hermano y decidí venir de visita para aclarar mis ideas... El me pidió que tomara su auto para disculparse.

Romina asintió con la cabeza, pero supe que no me había creído.

El violinistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora