Epílogo.

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Nota de autor: No haré de éste epílogo, mil palabras. Será algo corto pero muy detallado.

El infinito amorío que derrumbó colinas causando desvelo, agonía, aflicción, encontró su verdadero camino. La correspondencia en el amor es inconclusa mientras las dos almas sean afines. Dónde sea que estén esas almas afines, ya sea en el infierno o en el cielo, sus almas serán atraídas, se encontrarán y gozarán de sí mismo. El amor verdadero es capaz de esperar hasta la eternidad, sólo por disfrutarlo. Aunque lo terrenal te ofrezca imposibilidad, detrás de tu corazón, se esconde una llave, una llave que sólo tendrá uso a volver y buscar tu alma afín en otra vida. Así fué el amor de Carlos y Lucía, dos chicos que bienaventurados se encontraron en una realidad imposible, sin saber el destino que los amparaba, sus almas decidieron encadenarse, luego del doloroso deceso, Carlos uso aquella llave de retornar y buscar refugiarse alguna otra vida, por ende, nunca fueron en vano aquellas palabras que proferían un retorno, un retorno el cual irradiaba esperanza, mientras su pulso acababa aquella hoja de papel. La ley de la afinidad es la sustancia viva en esta historia, y seguirá viva mientras estos dos personajes sigan gozando de sí, aunque no en sus mismos cuerpos.

Carlos sufrió enormemente bajo amargos puentes derramando por sus desagües, lágrimas por el voluptuoso amor hacia Lucía. Sus sentimientos lo llevaron a dejar todo tipo de dignidad, orgullo, preeminencia y amor propio, por sentir siempre aquél umbral único que sólo ella podía brindarle.
Lucía, una chica atormentada a base de añejos desamores, problemas psicosociales y gran parte familiares, la llevaban rotundamente a cerrar las puertas de su corazón. Aquellas puertas que estaban formadas por todos los estigmas ya mencionados, detrás de éstas, escondía silenciosamente un portentoso sentimiento. Su alma vociferaba añadiéndole un peso enorme a esos sentimientos día a día, pero aquellas puertas que como guardián tenía a su mente, su mayor enemigo. Cuando aquellas puertas rompieron cadenas, ya el tiempo para conocer su alma afín, había terminado.
Los padres de Carlos, Deborah y Raúl, siguieron el buen instinto que su hijo sabía simular. Nunca conocieron el costal de depresión que Carlos solía cargar, causa de baja autoestima y de éste, un poderoso amor, que aunque fuera maravilloso, cargaba mucho dolor.
La madre de Lucía, siempre se veía obligada a intentar darle materialmente lo mejor a su hija, causa del abandono paternal. Pero luego de la muerte de Carlos, fué un brazo de apoyo, donde Lucía pudo sobrevivir al camino depresivo que cruzó.
Los amigos de Carlos, fueron sostenes de apoyo emocional cuando él lo necesitaba, aunque fueran pocas las veces. La tragedia también los golpeó emocionalmente, pero, sabían perfectamente que era una divina redención.

La ley de la afinidad brotó en estas dos almas, que aunque estén en dos dimensiones totalmente distintas, están juntas y lo estarán hasta la eternidad.

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