Desdicha.

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Carlos.

Cayó la tenebrosa noche, mis pies ligeros soportando todo el peso de la desventura antañosa de sus palabras infortunias. Su alejamiento, mi dolor, mi sufrimiento. Perdí la dignidad, todo el peso de mi cordura, se desvaneció junto a mi corazón, esperando la esperada respuesta.. pero no, fué más que sólo imaginación.

Cae mi extenuado y cansado cuerpo en la abrumadora morada de sábanas y dulce regocijo, que sólo sabe abrazarme y consolar mi dolida alma. La cabeza me quiere estallar, pero lo entiendo.. tanto es el dolor en mi pecho, que mi cuerpo recibe sus consecuencias. Se alejó.. mi más preciado amor, se alejó. Mi vida siento que pierde algo de sentido, algo vital sale de mi mundo. No podía detenerla, si lo hiciera, talvez mi dignidad fuera pisoteada aún más. Y estoy completamente seguro, que mi corazón, mi alma se humillaría a buscar su disculpa, su avenida. Por eso acepté sin reproches. Mi corazón, no lo aceptó, y ahora su llanto es infinito, sus lamentos de sufrimiento sólo saben propiciar mis lágrimas.
Busco levantarme de mi cama, sin fuerzas, desalentado y sin ganas de vivir. Giro mi cuerpo buscando algo que haga secar mi humedecido rostro y empapados ojos. Me miro hacia el espejo y mis ojos rojos del llanto sin fin, provocan un éxtasis donde el mar es protagonista y en su orilla sobreabundan  pensamientos depresivos, miro hacia el horizonte y consigo su fondo.. percibo depresión profunda. Le temo a la depresión y sus genes, porque la conozco y sé cuál es su vía de acceso. Pero no quiero, aunque si la depresión la hace acercarse a mí, con gusto dejaría envolverme.

Mi pupilas se dilatan al escuchar pasos acercándose a mi habitación, trato de secar rápidamente mis ojos, me acuesto sobre la cama, y mi cabeza congestionada me hace estremecer. Mi cabeza arde, y ya me hace sentir demasiado mal. Aquellos tics o estruendos que suelen atacarme, los siento demasiado fuertes ahora.

Enterrado en mi almohada, siento la presencia de alguien entrar en mi habitación. Trato de parpadear y de hacer disimular el llanto. Aunque creo que es imposible.

+ Hijo, ¿Está todo bien? -Pregunta una voz femenina?-.

Mi madre como que tiene una antena la cuál le alarma cuando algo me está pasando. No es la primera vez que viene a cuestionarme acerca mi estabilidad emocional, y aunque esté pasando de todo, no quiero que se entere de nada.

Con la almohada acobijando mi cara, intento responder:

- Sí. Está todo bien, mamá.

Mi cara enterrada sobre esas almohadas, era obvio que no daban buena espina, y eso mismo sintió mi madre. Pero no quiero que me vea estos ojos desgastados de tanto derramar llanto. No quiero que nadie me mire con lástima, como el "pobrecito" de todo.

+ Carlos, hijo. Mírame. -Dice con voz fuerte-.

Siento pena, no quiero que me vean qué tan derrotado estoy. Siento vergüenza de mí mal estado, que a personas como mi madre, les causa desagrado.
Trato de ignorar su orden, y con mi cabeza aún enterrada en las almohadas, comento:

- Estoy bien, mamá. Tranquila.

Siento sus pasos acercarse más, y con dosis de euforia exclama:

+ ¡Carlos, que te quites esas almohadas!

Mi corazón con terror de vergüenza, comienza a acurrucarse en sí. No hay vuelta atrás, tengo que atender a mi madre. Intentaré sacarle alguna excusa que la haga olvidar por qué estoy así, porque sé que su interrogatorio será inmenso.

TÚ ERES MI DEVOCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora