"Restauración anímica"

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Carlos.

Añoro mis constantes conversaciones con Lucía. No he querido conectarme durante estos dos últimos días, siento mucha vergüenza. ¿Qué pasará por su mente?, De seguro; falta de madurez y control de mi parte.

- Aish... -Susurran mis labios-

Al pasar estos dos días de absoluta inactividad social, me he centrado en leer. En acobijarme dentro de mi hobbie favorito. He estado leyendo a José Amador, un fabuloso escritor que sabe como conjugar lo transpersonal con la ética correcta. En un capítulo del libro me encontré con una frase que decía: "El apego a nuestras creencias nos lleva a cometer actos de indiscreta sabiduría".

Mientras estoy acostado mirando al tejado, comienzo a meditar aquella frase.

Cuando habla de "creencias" no sólo se refiere a dogmas religiosos, también hace relación con la hermenéutica que en la filosofía es "el arte a la interpretación". Cuando esta hermenéutica interpreta alguna situación como "grave", inmediatamente nuestros pensamientos se ven frustrados y otras veces, avergonzado. Y es así cuando creemos que como algo salió mal, o algo va mal, atraemos como imán a metal; la frustración y con ello el dolor vital. Y es ahí cuando me preguntó, ¿Por qué nos alejamos o nos rendimos cuando creemos que algo va mal o salió mal? ¿No estaremos siendo más inmaduros e indiscretos?

Meditar de esta manera me agrada, porque sé que algo en mi mente se acomoda y me abre paso para ver una nueva realidad.

Me levanto de la cama decidido. Camino hacía el estudio de mi habitación y tomo mi teléfono.

Necesitaba llamar a Lucía, no podía seguir actuando con incongruencia. Tenía que afrontar todo lo que pasó. Hablar con ella y explicarle según como lo haya tomado. Esclarecer toda la incertidumbre que tiene que estar pasando ella y mis amigos.

Busco la comodidad en mi cama nuevamente y procedo a hablarle. Tenía que responderle los mensajes que me ha dejado, además, necesito saber "¿cómo está?", "¿Qué tal sus últimos días?". Necesito saber de ella.

Intento escribirle por mensajes y no me responde. Procedo a hacerle una llamada...

Mientras busco su contacto, siento como poco a poco, se van generando sentimientos de nerviosismo, mi corazón comenzó a acelerarse.
Timbraba su teléfono y ese nerviosismo aumentaba como fuego al rosearle gasolina:

+ ¡Hola, buenas tardes! -Contestó una melodiosa y delicada voz-

Me quedé disfónico ante su voz por unos milisegundos, reacciono por un llamado de mi subconsciencia:

- Hola, Lucía. -Respondo con lentitud-

Sentía pena pero certeza de que tenía que hablar con ella:

+ ¿Carlos? ¿Eres tú? -Interroga con asombro-

- Sí, soy yo.

+ ¿Cómo estás? ¿Por qué haz estado tan inactivo?

Siento que ha estado muy preocupada por mi ausencia, eso me da un aire.

- Cosas personales, Luci. Sólo te llamaba para pedirte disculpas de lo que pasó la noche del sábado. Estaba bajo los efectos del alcohol. Era incontrolable.

Estaba totalmente apenado, por eso sonaba brusco. Pero no lo sé, su voz me hizo sentir de nuevo esa vergüenza, esa pena, sentía timidez, de todo. Y lo asimilaba en tan aguda manera de hablarle:

+ ¡No tranquilo! -Exclama dejando escapar escasas risas-. Yo te entiendo, a mí me causó gracia lo me que me escribiste y lo que me dijo tu amiga. Sólo te imaginaba en esas condiciones Carlos. -Agrega con risas-.

TÚ ERES MI DEVOCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora