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Un suave llanto me despertó

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Un suave llanto me despertó. Era un gimoteo agudo y constante. Al principio me sentí desconcertado, no muy seguro de dónde provenía, pero pronto se le sumó el sonido de algo rasguñando el suelo y supe lo que estaba pasando. Era muy tarde, las luces estaban apagadas, sin embargo eso no impidió que notara a Moon corriendo dormido a pocos metros de mi cama, huyendo de sus pesadillas con desesperación.

—Moon —susurré, chasqueando los dedos para llamarlo.

El cachorro despertó luego de dar un último ladrido, y se puso rápidamente de pie. Observó todo su entorno, como si creyera que aún se encontraba en el escenario de su pesadilla, y olisqueó el piso atentamente durante unos cuantos segundos.

Cuando detectó mi mano extendida todo su cuerpecito pareció relajarse. Paró las orejas, agitó la cola, y corrió torpemente hacia mí. En cuanto su hocico tocó mis dedos, me moví en la cama para levantarlo del suelo y subirlo al colchón. Todavía estaba algo flaco, por lo que aproveché su ligereza para mantenerlo en el aire el tiempo suficiente hasta que se calmó y dejó de lanzar lengüetazos en mi dirección.

—Así que... ¿tú también sueñas cosas aterradoras? —murmuré, permitiendo que se sentara sobre mi pecho.

El cachorro ladeó la cabeza, sus orejas se inclinaron en la misma dirección. Lo acaricié con la mano con la que no me aseguraba de mantenerlo en equilibrio. Él bajó sus patas delanteras hasta quedar acostado, y resopló, profiriendo lo más similar a un suspiro aliviado.

—Está bien —susurré, comprendiendo que en su simple gesto también se ocultaba una negativa a regresar a su cama —, quédate.

Moon fijó sus ojos en los míos cuando pronuncié aquella última palabra, y de un segundo a otro, tan inoportuna como un baldazo de agua fría, la imagen de Nolan despertando espantado y desconsolado a las tres de la mañana se reprodujo frente a mis ojos, haciéndome estremecer.

Un horrible nudo se ajustó en mi garganta, y de pronto, el peso del cachorro sobre mi pecho comenzó a abrumarme.

Nolan solía apoyar su cabeza en el mismo lugar, cuando era muy pequeño y quería escuchar los latidos de mi corazón para asegurarse de que aún estaba funcionando. Era el mismo sitio donde se ocultaba cuando algo lo asustaba. El mismo lugar en el que me golpeaba cuando conseguía hacerlo reír con una broma que a él le disgustaba. «¡No es sano que me hagas reír con esas porquerías!», protestaba, tan enfadado como risueño.

Tragué saliva con dificultad, mareado por el eco de sus carcajadas, y empujé a Moon hasta que quedó acostado a mi lado. El cachorro gruñó en voz muy bajita, molesto por el cambio de posición, pero no tardó demasiado en hacerse un ovillo en las sábanas, aceptando mi condición, como si comprendiera lo que estaba pasando por mi cabeza.

Odiaba cuando las memorias se apropiaban de mí. En nuestras primeras consultas, la doctora Mackenzie me había aconsejado que intentara mantener la mente despejada con asuntos que no me recordaran a mi hermano. Me había resultado muy difícil al principio, pues era casi imposible que no viera su rostro en las cosas que me rodeaban, pero poco a poco, con la ayuda de Colson, los gemelos y mis padres, comencé a lograrlo. E incluso cuando fracasaba, cuando metía la pata permitiendo que alguna emoción contradictoria me dominara, ellos me ayudaban a distraerme. Mis padres me llevaban a mis lugares favoritos, Colson improvisaba algún terrible cuento simpático, Skylar me distraía criticando a Bethany Farwell, y Holden no demoraba ni un segundo en encender su modo de parlanchín insaciable, consiguiendo arrancarme sonrisas con las tonterías que se le ocurrían.

Shut UpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora