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Me gustaba el coche de Holden

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Me gustaba el coche de Holden. Colson siempre se burlaba de él, diciendo que su Cadillac (mí Cadillac), era mucho más espacioso, cómodo y moderno. Protestaba cada vez que tenía que subirse a la parte trasera, porque no podía estirar sus largas piernas a menos que se sentara lateralmente; y se quejaba también cuando debía ir adelante por tontos detalles como la falta de lucecitas en el estéreo o los controles de las ventanas. Aunque yo sabía muy bien que lo hacía porque Holden, a diferencia de mí, no lo dejaba poner ni un dedo sobre el volante. (El chico se tensaba cada vez que alguien que no fuera él quería conducir. La única que había podido sentarse en el asiento del conductor durante más de quince segundos sin preocuparlo, fue Skylar, y solo porque ella no sabía manejar).

Sin embargo, a pesar de todas las quejas de mi amigo, a mí me gustaba. Tanto por su distraído y simpático propietario, como por su aspecto en sí.

Era acogedor y me sentía tan a gusto dentro, que ahora, cuando Holden aparcó frente a una inmensa construcción, no quise bajar.

En el momento en el que acepté unirme a su loca propuesta, no tenía idea a qué me estaba enfrentando, pero lo había hecho porque supuse que fuera lo que fuera que había pasado por la cabeza de Holden no sería demasiado complicado. En el camino, me había contado que su amigo, Sam, acababa de escaparse de la celebración que la familia Farwell estaba teniendo en un restaurante, así que imaginé que nos dirigiríamos allí para derramar una jarra de algo sobre la cabeza del hombre que había estafado al padre de Holden.

Pero ahora nos encontrábamos frente a un lugar para nada parecido a un restaurante.

Introduje una mano en el casi vacío paquete de palomitas que tenía en el regazo y me llevé unas pocas a la boca, mientras meditaba lo que podría suceder a continuación.

—Este no es el Galaxy —dije, pronunciando lo obvio en voz alta —. Tampoco tu casa, o la mía.

Holden apagó el motor y aceptó el montón de palomitas que le ofrecí, sonriendo levemente.

—Es la casa de Byron —respondió.

Alcé mucho las cejas, y devolví la vista a la vivienda que había del otro lado de la ventana solo para que Holden no pudiera verme fruncir el ceño con inquietud.

¿Qué demonios hacíamos en la casa del tipo Farwell?

—¿Vamos a dejarle una carta? —quise saber, mirándolo de reojo.

Él meneó la cabeza, de una manera que pretendía ser despreocupada pero que en realidad resultaba totalmente pensativa. Me asustó notar que no parecía tener mucha más planificación que yo. A pesar de que intentaba actuar como si todo estuviera controlado, me daba cuenta por la forma en la que apretaba los labios que no estaba muy seguro de lo que íbamos a hacer.

—Algo así... —dijo, sacudiendo sus manos para limpiar los restos de palomitas de ellas —. Quiero dejarle un mensaje, en su oficina.

Esta vez no me molesté en ocultar mi ceño fruncido.

Shut UpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora