EPÍLOGO

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CUATRO MESES DESPUÉS

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CUATRO MESES DESPUÉS...

—¿Sabes? Normalmente, los chicos de nuestra edad alquilan sus propios departamentos y se independizan. No se mudan con sus padres.

—¿Sabes? Normalmente, los chicos de nuestra edad se ayudan entre sí —repliqué, con la voz ahogada y ronca por la fuerza que estaba haciendo al intentar transportar las pesadas cajas de la mudanza yo solo —. ¿Qué tal si te bajas de esa cosa y me das una mano?

Desde que había ingresado a la que era mi nueva habitación, Sean no había hecho más que retozar en la hamaca de tela que colgaba de las paredes del rincón, columpiándose de vez en cuando con el brazo que no tenía cruzado detrás de su cabeza. Ahora, cuando le lancé una mirada llena de fastidio, él simplemente me dedicó una sonrisita ladina, de esas que decían: "te he oído, y no tengo intención de hacer nada al respecto".

—Eres un cretino —bufé y me arrodillé para empujar las cajas con todo mi cuerpo, rindiéndome —. ¿Al menos podrías decirle a tu perro que deje de comerse mis cosas? —supliqué, señalando a Moon con un gesto de cabeza.

El animal no estaba colaborando mucho más que su dueño.

Habían transcurrido cuatro meses desde que Sean lo encontró en la ruta, así que ya no era el pequeño cachorro revoltoso fácil de controlar. Antes, para detenerlo tan solo bastaba con alzarlo en brazos y alejarlo del lugar donde estaba causando problemas. Pero ahora sus patas se habían alargado, había ganado bastante peso, y también había adoptado la personalidad de un adolescente, porque se comportaba como todo un mocoso irrespetuoso.

En cuanto puso un pie dentro de mi habitación se dedicó a brincar sobre los muebles más bajos, romper cajas vacías y mordisquear todos los objetos que se encontraban a su alcance, completamente despreocupado.

Y como eso no fuera suficiente, su dueño, (el único al que respetaba), no parecía tener mucho interés en detenerlo.

—Moon deja de hacer eso —ordenó Sean, con un tono de voz tan arrastrado y tranquilo que no había forma de que el perro lo hubiera tomado en serio. Mi amigo alzó perezosamente la cabeza, y cuando descubrió que su mascota no lo había escuchado, se encogió de hombros —. Lo siento, Jirafa. Lo intenté.

—¿Es enserio? —me desesperé —. ¿Eso es todo lo que harás?

—¡Míralo! —exclamó —. Le han crecido los bigotes, es un chico grande. Ya no puedo decirle qué hacer.

—Voy a matarte —siseé, antes de tomar a ciegas la primera cosa que había a mi alcance para lanzársela a Moon —. ¡Aléjate de ahí!

El perro dejó de roer el zapato que aprisionaba entre las patas y alzó las orejas cuando me oyó gritar, asustado... pero acabó moviendo la cola divertido en cuanto descubrió que el proyectil que le había arrojado era un estúpido bóxer. Sean soltó una carcajada cuando Moon lo atrapó entre los dientes, y se echó a reír aún más fuerte en el momento en el que su mascota se encaminó hacia la puerta.

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