CAPÍTULO 16.

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Flashback.

Su abuela falleció casi una semana después de que saliera de vacaciones.

La mansión de su padre permanecía en silencio, y todos los días que siguieron pasaron tan rápido como si el tiempo fuese arrastrado por un río. Uno tras otro.

No hubo días buenos. No hubo días especiales o días diferentes. Todos iguales, marcados por la nueva y sombría rutina que su fallecimiento había establecido.

Durante un mes entero Warren permaneció en su habitación, completamente aislado del mundo exterior. Sólo se permitió a sí mismo salir para asistir al funeral de Charlotte, y después regresó a encerrarse de nuevo.

El día que ella se fue, él estuvo ahí sosteniendo su mano. Permaneció a su lado desde el principio hasta el final, y recordaba todo con exactitud. Su rostro, su expresión, y la frágil apariencia de su cuerpo con la que abandonó el mundo. Sus últimas palabras.

Le había dicho que lo amaba y, con lágrimas escurriendo por sus mejillas, él le había dicho lo mismo.

Luego de eso, su vida tomó un rumbo completamente diferente, inesperado y horrible.

Un día después de su muerte, Warren explotó.

Entró a su habitación y comenzó por arrancar los pósters de ajedrez de la pared. Destruyó todo lo que una vez tuvo algún significado especial para él: su primer juego de ajedrez, obsequios de personas significativas, cartas que había conservado...

¿Qué importancia tenían ya de todos modos?

Se dejó guiar por la ira, la desesperación, la aflicción… y cuando no quedaron mas que trozos de todos aquellos objetos, se dejó caer en la cama y perdió la mirada en el techo durante horas. Luego le siguieron los días, y éstos se convirtieron en semanas.

No supo exactamente cómo, pero pasaron unos treinta días desde su muerte en los que no quiso salir ni hacer nada.

No le quedaban ganas de ver a nadie más, ni de hacer absolutamente nada para levantar su propio ánimo. Nada tuvo sentido durante todo ese tiempo.

Los empleados le llevaban comida hasta su recámara y podía perderse durante horas en su propia mente, sólo pensando y recordando. Martirizándose, hasta cierto punto.

Su recámara era un maldito desastre, después de todo, tampoco había dejado que la persona encargada del aseo entrara por ningún motivo. No había tenido contacto con nadie en realidad, a pesar de que sus padres habían intentado hablar con él varias veces. 

Lo sorprendió la insistencia que tuvo su padre un día que se molestó en tocar la puerta de su cuarto él mismo. Pero obviamente, no lo dejó entrar.

Sólo a veces permitía que la luz solar entrara por las ventanas a cierta hora, y cuando lo hacía, se miraba al espejo y aborrecía su propia apariencia. Él también se había convertido en un maldito desastre.

Había perdido peso, unas extrañas ojeras habían aparecido bajo sus ojos y se sentía débil. Tanto que pasadas unas cuantas horas volvía a la cama y dormía más. Como consecuencia, la cabeza le dolía tanto que sentía que iba a reventar.

Si físicamente se sentía del carajo, emocionalmente…

Ni él mismo había encontrado las palabras exactas para describir lo que pasó por su mente durante todo ese tiempo.

¿Por qué le pasaba eso a él? 

Su vida había ido bastante bien, pero de un momento a otro… Sólo quería desaparecer del mundo.

En Coma (Linkcest)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora