Veintiún millones y una persecución.

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Trabajar en una macroempresa significa saber que por donde veas, encontrarás qué hacer. Mi vida no se resumía en vender droga y matar gente, tenía que estar en un constante movimiento en la empresa de estar justificando ante la ley todo el dinero que estaba entrando, ya que las ventas habían subido bastante. 

Me encantaba sentarme en mi oficina a organizar lo que tenía pendiente y cuando terminaba, iba a revisar los laboratorios, revisaba si algún contacto me había pedido algún favor, pero la mayor parte del tiempo estaba firmando los papeles que se le presentaban a la ley, cosas de negocios. 

—Como te dije, esa droga se ha vendido de maravilla — le comenté a Adonis quien acababa de llegar a la empresa.

Tenía el cabello mojado, su perfume recién aplicado era fuerte y me hacía querer poner los ojos en blanco de sentirlo, había llegado un poco tarde porque la noche anterior había trasnochado ayudando a su papá con cosas de su casa y estaba muy cansado, así que como buena jefa que soy, le dije que descansara. Probablemente pensarán que soy muy permisiva solo porque es Adonis, pero no, con tal de que me comuniquen las cosas, yo doy los permisos, pero que no se les haga costumbre. 

—Yo te dije que eso se iba a vender muy bien, cielo, un amigo me dijo que es lo que más se está viendo en las discotecas — expuso peinando su cabello hacia atrás.

Tenerlo sentado frente a mi escritorio, con el cabello mojado, un pantalón negro con cadenas a un lado, tan único como él y una camisa elegante...era demasiado antojo. 

—Hace muchos años no voy a una discoteca — comenté abriendo un correo para distraerme de Antojo Montblanc.

—¿Por qué?

—Reglas de la mafia italiana. A Vladimir le encantaba seguirlas al pie de la letra y me acabé acoplando a eso, tampoco es que me interese ir a ver a jovencitas drogarse.

—Se puede pasar muy bien en una discoteca, Leblanc, eres una aguafiestas — comentó sonriendo mientras negaba con la cabeza.

—Cállate y vete a trabajar — ordené sonriendo leve.

Se levantó de la silla para apoyar sus manos en mi escritorio e inclinarse acercándose a mi rostro, volteé a verlo directo a los ojos, ¿intimidarme él? Claro que sí, ¿demostrárselo? Claro que no. 

—¿Y mi beso? 

—¿Qué beso?

—Un beso mañanero en que me digas: buenos días, papi Adonis  — indicó haciéndome una seña con la cabeza para que me acercara a su cara.

 —¿Buenos días, papi Adonis? 

—Sí, pero en mi boca. 

—Prefiero decírtelo en tu cama.

Rodó los ojos sonriendo mientras empujaba su lengua contra su mejilla a lo que sonreí también, me agarró del rostro robándome un beso y continuó a su oficina guiñándome el ojo. 




Mientras Adonis trabajaba, yo me dirigí a uno de los salones de producción de droga para encargar dos kilos, necesitaba llevarlos a donde un colega, de los únicos a los que le llevaba yo misma la droga. En los salones de producción, se encargaban de empacar la droga, revisar la calidad y luego se pasaba a los lugares donde se disponían a camuflarla en los empaques donde las enviarían al comprador. 

—¿Cuánto por esta?  — le pedí al encargado tras de que me pasaron la bolsa con los dos kilos.

—Por los dos kilos serían siete millones, precio de la empresa catorce — me indicó mostrándome las tablas de precios en las paredes.

Crímenes De Verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora