Cuenta por saldar.

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A pesar de que mi padre haya nacido en Francia, siempre tuvo una fascinación innata por Italia.

Empecé a los diecisiete años en este negocio socialmente criticado, malo para muchos, pero para mí ha sido mi mejor salida. No voy a negarlo, soy corazón con piernas para muchas cosas, pero cuando me enojo solo actúo como me dictan mis emociones; cuando no estoy dejando que mi enojo me guíe, pienso en dejarlo, en olvidar todo lo que he aprendido de los negocios ilegales, cómo comprar policías, manipulación a los encargados, armas complejas y simples, incluso hasta cómo sacarme una bala de la pierna.

Estar en Roma con Angel fue de los momentos en que más pensé dos veces en todo lo que estábamos haciendo con nuestras vidas, por su amor por Italia mi padre nos relataba cuando mis hermanos y yo éramos pequeños que tenía una magia en sus calles, que su aire tenía cierta sensación de amor a la vida que te hacía contagiar.

Perdí la cuenta de todos los desayunos, almuerzos y comidas que compartí con Angel, Angelo y Adriano mientras Romeo no se encontraba por estar follando con alguna chica que se le hizo un poco interesante de alguna fiesta. En todos esas comidas en las que compartíamos, veía a Angel en su rol familiar de preocuparse por su hermano, de que llevara todo lo necesario a los tours que había reservado y amaba verla fuera del rol de jefa de una empresa petrolera que solo era una fachada del narcotráfico que manejábamos.

¿Sexo? ¿Quién necesita eso cuando teníamos conversaciones profundas en su balcón hasta las tres de la mañana? Me sentía embelesado de estar volviendo a caer por ella poco a poco y solo pensaba en una cosa: tenía que ver a esa mujer firmando un papel de matrimonio conmigo.

Conozco sus motivos para evitar los compromisos, cuando nos conocimos por primera vez en Palermo, empezamos a salir cuando su mamá, después de dejar sus prejuicios por mis brazos llenos de tatuajes, le insistiera en que le aceptara una salida inocente, al chico colombiano del museo. La salida se hizo plural en poco tiempo, salíamos a comer seguido, la llevaba a conocer sitios culturales y demás, citas casi siempre diurnas, más que todo a comer juntos ya que no tenía malas intenciones con ella y tenía que demostrárselo a su mamá; nunca olvidaré el día en que de forma indirecta le pregunté si quería tener una relación conmigo. Vi su expresión cambiar por completo, se puso casi pálida al oír mi propuesta y solo me dijo que le temía a que las cosas entre los dos cambiaran de forma irremediable.

Tiempo después, incluso para mi sorpresa, estaba preguntándole frente al coliseo romano si podía ser su novio y ella accedió con una sonrisa enorme. Las cosas nunca cambiaron, solo se hicieron más íntimas, podíamos vernos más seguido, conoció a mi madre, la cual estaba conmigo en Italia para la época, empecé a hablarle de mi vida, obviando la parte del mundo del narcotráfico, lo cual fue el problema.

Sin saberlo, ambos nos ocultábamos el mismo secreto.

Tuve la fortuna de ser su pareja por diez maravillosos meses, meses donde ella misma se tatuó en mi corazón para siempre. Un día cuando estábamos por cumplir once meses, llegó a mi casa con los ojos hinchados de llorar, una expresión triste y por lo menos unos treinta minutos estuvo abrazándome sin dejar de sollozar sin mencionar palabra.

El motivo: tenía que irse de Italia.

En el momento no entendía porqué no podía rebelarse contra su padre y quedarse a vivir conmigo, en mi apartamento había suficiente espacio para ambos y un hombre que estaba dispuesto a cuidarla, ella ya era una adulta, tenía veintitrés años, ¿por qué tenía que hacerle caso?

Solo cuando la vi al llegar a la empresa del señor Leblanc entendí todo.

Desde que trabajo para ella solo he entendido dos cosas: debí entenderla en vez de enojarme como un idiota y el señor Leblanc que admiraba, es un idiota.

Crímenes De Verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora