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Era otro día en "El paraíso", el más joven de los ángeles salía de su casa, una pequeña cabaña en una colina, para ir a su lugar favorito de todo aquel hermoso y enorme jardín: el lago encantado. Se decía que si se sumergía en aquellas aguas puras y cristalinas a una persona enferma u hechizada, esta sanaba milagrosamente, aunque para los ángeles y demonios era un lago común, ya que ellos no podían enfermar, cuando eran heridos en batalla sus heridas sanaban al poco tiempo, a menos, claro que se tratase de armas fabricadas específicamente para exterminarlos.

Aquel pequeño ángel, de cabellos tan rubios que casi eran blancos, sus ojos tan azules que parecían grises, su piel pálida como el papel, parecía tan suave y tersa al tacto que te invitaba a acariciarla, pero tendrías que tener cuidado, ya que aquella hermosa piel de porcelana era, además de frágil, traicionera y como si fuese un papel afilado, podía cortarte al mínimo roce si este pequeño se sentía intimidado, aunque, claro no era algo de su agrado; sus alas eran las más blancas de todos los ángeles, grandes y hermosas, lo suficientemente fuertes como para elevarlo por los aires y hacerlo disfrutar del aire fresco y la brisa que hacía que su cabello revoloteara, su aureola era la más dorada y la más brillante, era aquel el ángel más puro que habitaba en aquél edén, tal vez era por su edad, era demasiado joven para ser un ángel, pero jamás se lo cuestionó y nunca se lo preguntó a su cuidador y protector.

Llegando a su destino sonrió, mostrando sus dientes blancos como perlas y sus ojos se achinaron, dando la impresión de estar cerrados, amaba estar en el lago y jugar entre las hermosas flores que lo rodeaban en el pasto verde sobre el que recostó, cerrando sus ojos y agradeciendo a la vida por haber sido creado en aquel precioso y perfecto lugar; era feliz, eso estaba claro, aunque esa felicidad no era eterna, ya a menudo querían reclutarlo para la batalla constante que tenían los ángeles contra los demonios en el coliseo, pero él siempre se negaba rotundamente, no quería manchar sus manos con sangre, sin importar si era demoníaca, no quería hacerle daño a nadie, ni a los que se suponía, eran sus enemigos.

Mientras jugaba y olía las coloridas flores del jardín, pudo sentir una presencia más cerca de él, no estaba solo, se sentó y miró hacia un lado y al otro, pero no había nadie, al menos eso pensó hasta que se levantó para seguir esa presencia que hacía que su pecho se estremeciera de esa manera, sintiéndose cada vez más fuerte a medida que se acercaba a un árbol. Estando lo suficientemente cerca pudo ver los pies de alguien recostado en el tronco de la planta, no se movía, pero él era curioso, así que tenía que ver de quién se trataba y por qué se sentía tan intimidado.

- No puede ser. –susurró sorprendido, viendo un par de alas negras en la espalda del chico recostado en el árbol.- un demonio...

A pesar de que tenía sus ojos cerrados, el joven de cabellos negros, que lucía un par de cuernos del mismo color saliendo de su cabeza y sus alas parecidas a las de un murciélago pudo sentir la presencia del pequeño ángel, ya que su cuerpo se estremeció también y sus vellos se erizaron, pero no sentía hostilidad alguna en él, por lo que mantuvo su postura y no se movió un centímetro.

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Las dos caras del paraíso || YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora