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Diez años atrás...

—Armando, estás a cargo, debo salir unas horas.

—P-pero si hago algo mal, jefe.

—Nada de eso, trabajas de puta madre, confía un poco en tí, vale. Regreso más tarde. —Su jefe salió del taller dejándolo solo.

Sinceramente, estaba cagado, no era más que un alumno, el único alumno... el único empleado ¿Por qué su jefe le dejaba el taller así como así siendo él alumno? ¿Y si lo jodía? ¿Y si hacía algo mal? ¿Y si no sabía hacer alguna cosa?

Respiró profundamente e intentó tranquilizarse ¿Qué podía pasar? Normalmente no tenían muchos clientes y los que llegaban era por cosas sencillas, además, su jefe tenía razón, debía confiar en él, claro que podía hacerlo bien, lo haría bien, él podía.

[...]

Cerró la puerta del baño, recargándose en ella y respirando hondo.

—No puedo —se lavó el rostro en el lavabo.

Nada había salido mal y había hecho las cosas muy bien ¿El problema? Parecía que toda la puta ciudad había decidido que hoy era un buen día para ir al mecánico, no había parado en todo el puto día, no había podido comer, tenía una fila enorme de clientes dispuestos a esperar pacientemente por su servicio y no faltaba el gilipollas de turno que sólo iba a tocar los cojones.

Después de unos segundos, regresó a reparar el auto en el que estaba trabajando. Se relajó e incluso hubo un momento en el que disfrutó de hacer su trabajo, hasta que recibió un mensaje de su jefe en el que le decía que no iba a regresar al taller, desde ahí su humor decayó en picada y su paciencia más, pero supo mantenerse a flote y con una expresión amable.

Como pudo, terminó de reparar y tunear varios vehículos más hasta las nueve de la noche.

—Listo señorita, ahora le hago la factura.

—Gracias.

La señorita pagó la factura y se retiró, sólo entonces Armando pudo suspirar en paz, se dispuso a guardar las herramientas y pinturas que había utilizado anteriormente.

Después de limpiar todo el taller, estaba guardando las facturas realizadas en la oficina cuando entró al taller un automóvil Corsa de color negro, Armando al darse cuenta salió de la pequeña oficina y se acercó al auto.

—Disculpe, ya no estoy de servicio, el taller está cerrado.

—Hombre, pues muy cerrado no está porque pude entrar fácilmente.

El sujeto bajó del auto, era un hombre alto, fornido y de porte serio, su cabello era de color negro y llevaba unas gafas oscuras que le impedían ver sus ojos.

—Lo siento pero ya no puedo atenderle.

—¿Y quién dijo que necesitaba un mecánico? —dijo cruzando sus brazos en un afán de parecer más desafiante.

Armando lo miró incrédulo y después miró a su alrededor. —Bueno, si alguien va al mecánico es más que obvio que es porque necesita un mecánico. ¿No?

El hombre de gafas sacó un cigarrillo y lo colocó entre sus labios —Necesito tu ayuda, mi auto es una mierda y no tiene puto GPS —tanteó el bolsillo de su pantalón y sacó un mechero, estaba a punto de encender el cigarro cuando Armando caminó hasta llegar frente a él.

—Está totalmente prohibido fumar aquí.

Haciendo caso omiso de las palabras del mecánico, intentó encender nuevamente su cigarrillo. —¿Aló? Necesito tu ayuda, mecánico. —Logró encender su cigarrillo pero ni siquiera pudo inhalar la nicotina porque el mecánico le arrebató el cigarrillo de la boca, lo tiró al suelo y lo pisó con la suela de su zapato. El dueño del Corsa lo miró incrédulo.

To Be So Lonely | ArmanwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora