XVII. En la palma de su mano

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XVII
En la palma de su mano

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Sanemi caminaba por el pasillo cuando una figura encogida en medio del patio llamó su atención. La curiosidad que sintió fue mayor al apetito que lo tenía encaminado hacia la cocina, por lo que antes de darse cuenta se encontró apoyando su hombro en uno de los pilares, tratando de adivinar qué hacía la muchacha.

La respuesta la tendría en cosa de unos segundos, cuando Nezuko se pusiera de pie y caminara, justamente, en su dirección. Aunque, si hemos de ser justos, ella no se había dado cuenta de ello, pues su rostro estaba mirando hacia abajo. El albino alcanzó a detener su paso tomándola por los hombros, pues concentrada en aquello que escondía entre sus manos, Nezuko no se había dado cuenta de su presencia.

—Deberías mirar por donde caminas —comentó él—. Podrías caer —aclaró, sólo para asegurarse de que su tono no fuera malinterpretado.

—Lo siento, Shinazugawa-san. —Y antes de que pudiera decir más, un ligero ruido los interrumpió. Nezuko se sobresaltó, dándose cuenta de que había juntado demasiado sus manos, lastimando a su pequeño amigo. Sanemi reparó entonces de que lo que aquella muchacha había recogido en el patio era un ave, un pequeño gorrión—. No sé cómo habrá llegado hasta acá, pero no puede volar.

Sanemi extendió su mano para revisarlo, aquella que sólo tenía tres falanges, y se detuvo antes de llegar a examinar al pájaro. Encogió los dedos. Nezuko le miró sin entender.

Y cómo podría entenderle, si ni siquiera él comprendía del todo lo que estaba pasando. Sólo era un pájaro herido, qué podría a él importarle, por qué querría ayudarle.

—¿Shinazugawa-san? —Nezuko le llamó y le miró otra vez, con curiosidad, con un brillo extraño en sus ojos. Le miró como miraba a todo el mundo. ¿Por qué no querría ella ayudar a alguien que necesitaba ayuda?

—Si pudo volar hasta acá, no debe ser muy grave —dijo, dándose media vuelta—. Recién vi a Hinatsuru, tal vez ella sepa qué hacer.

Nezuko sonrió, aunque él no la vio, y caminó a su lado, mientras el gorrión buscaba un poco de calor en aquellas manos que lo sostenían.

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