XIII. Estrella fugaz

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XIII

Estrella fugaz

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Las mañanas eran silenciosas, Sanemi se había acostumbrado a despertar al alba y por aquellas horas todos los ocupantes de la casa solían estar todavía dormidos. Las tardes eran otro asunto, había una mezcla de tranquilidad y bullicio esporádico, los reclamos de Makio a algo que había hecho o dicho Suma eran lo único que podía considerarse habitual, al igual que la mediación de Hinatsuru y el consuelo de Nezuko. Sanemi también un extremo u otro, se las pasaba solo en su habitación o charlando con Uzui sobre los viejos tiempos.

Las noches, por su parte, eran extremadamente bulliciosas, sin excepción. Si bien los primeros días habían estado sólo ellos y quienes vivían en la finca, las noches siguientes se fueron llenando de visitantes del pueblo o comerciantes que iban de paso. Tengen le había contado, entre las risas que llenaban el salón y el sake que corría de mano en mano, que aquellos visitantes eran cosa de temporadas, y con la misma sorpresa con la que aparecían, no volvían hasta un tiempo después.

Sanemi no podía quejarse, agradecía la compañía desconocida, el alcohol de los comerciantes y las noches de fiesta, y si no estaba de humor, nadie le recriminaba el hecho de marcharse en silencio a su habitación y dormir hasta el día siguiente.

Y esa noche era una de aquellas, así que Sanemi dejó el bullicioso salón y salió al patio, recibiendo con gusto el frío nocturno, pues sus mejillas ardían ligeramente a causa del poco alcohol que había bebido. Su habitación no estaba lejos así que comenzó a caminar por el pasillo cuando se encontró, sin quererlo, en la misma situación que unos años atrás. Si bien la muchacha había crecido unos cuantos centímetros desde aquel día, él no se sentía muy diferente de aquella vez.

—¿Vas a tu habitación? —preguntó Sanemi, mirándole extrañado. Su cuarto efectivamente estaba en la dirección a la que ella se dirigía actualmente, ¿pero de dónde venía? La muchacha usualmente no estaba presente en aquel salón durante las noches, y estaba seguro de que ella se había retirado algunas horas atrás.

—Sí —contestó ella, y pareció darse cuenta de aquella mirada inquisitiva—. Makio-san bebió demasiado, y Hinatsuru-san me pidió ayuda para llevarla a su dormitorio. Makio-san es algo dura cuando bebe —añadió con una pequeña risa.

—Ya veo.

—¿También vas a tu habitación?

—Sí... —Como ambos se quedaron en silencio, fue Sanemi quien decidió romperlo anunciando que se retiraba a su cuarto.

La chica asintió también, pero Sanemi no escuchó los pasos de ella cuando él se alejó, y cuando una pequeña exclamación salió de los labios de ella, el albino se dio media vuelta para verla exactamente en el mismo lugar en el que la había dejado.

Sin embargo, la muchacha parecía estar mirando hacia arriba, ensimismada, pues ni siquiera se había dado cuenta de que él había vuelto sobre sus pasos hasta estar a su lado, curioso de aquello que ella parecía buscar en el cielo nocturno. ¿Había escuchado algo, acaso? ¿Estarían los cuervos molestando a aquellas horas?

—¿La viste? —preguntó entonces ella, animada—. ¿La estrella fugaz? —volvió a insistir, pero Sanemi no entendía nada, y su rostro debió demostrarlo, pues las cejas y hombros de ella bajaron ligeramente, como si hubiera sido derrotada.

—Bueno, son breves. —Aún así, Sanemi había girado su rostro hacia el cielo, como si esperara que otra luz volviera a aparecer fugazmente ante sus ojos. Nezuko sonrió, y se unió a su búsqueda.

—Tengen-sama dijo que habías viajado mucho durante los últimos meses. ¿Acampabas? —Sanemi asintió—. Entonces, ¿viste muchas estrellas fugaces?

—Unas cuantas —concedió.

—¿Y pediste muchos deseos?

—¿Deseos? —Sanemi dejó de mirar hacia el cielo para verla a ella. ¿De qué estaba hablando?

—Sí, deseos. —Nezuko le miró también—. Cuando ves una estrella fugaz debes pedir un deseo. —Miró entonces otra vez al cielo, y su mirada pareció perderse en la lejanía en la que se había perdido aquel objeto brillante—. Cuando era una niña, mi madre me contó una historia sobre una mujer de las montañas...

Y así fue como la muchacha comenzó a narrar una historia de su infancia, un pasado muy lejano ya, en el que sus padres y hermanos todavía vivían. Fueron varias historias, la verdad, y es que la chica no podía mantener el hilo de su narración y siempre había un detalle que agregar, detalle que derivaba en alguna otra explicación o anécdota que merecía ser contada, e incluso aquella historia de la mujer en la montaña pareció quedar en segundo plano, a causa de las travesuras de sus hermanos menores.

Sanemi la escuchó en silencio, ignorando las risas lejanas y algarabía de quienes ocupaban el salón, pendiente de sus pequeños gestos y del brillo de las pocas lámparas del pasillo que se reflejaban en sus ojos, perdidos en los recuerdos. Y es que él se permitió perderse también en sus propias memorias, en su propia madre y sus traviesos hermanos menores.

—¿Shinazugawa-san? —Nezuko le miró curiosa. Aparentemente, llevaba un rato tratando de obtener su atención.

—No lo sabía. Creo que he perdido muchos deseos —dijo él al final. Algo se rompió en el salón, pero a ellos no les importó.

—¿Qué deseo pedirías? —preguntó ella—, si viéramos otra estrella.

¿Qué desearía?, se preguntó él entonces.

¿Cuáles eran los límites de un deseo? ¿Qué tanto podía permitirse desear en esos momentos? ¿Su deseo podría cambiar las cosas, podría evitar que todo por lo que pasaron, pasara? Su mente comenzó a maquinar aquellas fantasías con una facilidad asombrosa, lo había soñado tantas veces antes. Que Genya no muriera en sus brazos, que no se convirtiera en cazador, que no le dijera esas palabras, que su madre no los hubiese atacado, que ese demonio no la atacara a ella, que su padre fuera un buen hombre, que los demonios no existieran... Que Kibutsuji nunca hubiera nacido.

¿Podría cambiar todos aquellos deseos que no había pedido por tan sólo uno de esos sucesos?

Todo eso parecía imposible, incluso cuando aquella chica veía con tanta esperanza hacia el cielo en busca de algo que le diera un poco de paz.

Cuando Sanemi se dio cuenta de esto, se volteó hacia ella, y la muchacha le vio también, dándole una mirada triste, como si se hubiera dado cuenta de todo aquello que había rondado por su cabeza.

«¿Habría deseado ella alguna vez lo mismo? —quiso preguntar—. ¿Por su mente habrían pasado también aquellos pensamientos llenos de desesperanza? ¿Cómo podía sonreír de la forma en la que lo hacía, luego de todo lo que había pasado?»

—¿Qué fue lo que le pediste a la estrella? —preguntó él en cambio.

—Oh, no puedo decirlo. —Nezuko juntó las manos frente a su rostro, y le entregó una sonrisa teñida con algún otro sentimiento que Sanemi no pudo descifrar—. Si cuentas tu deseo después de pedirlo, no se cumplirá.

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¡Hola!

Pues, no me salió en un drabble, lo siento. Estaba muy emocionada por escribir este capítulo, pero cuando me di cuenta de que me iba a pasar mucho de las 500 palabras, pues, nada que hacer, no tenía como quitarlas :( Ni siquiera pude mantenerme bajo las 1000, fracasé totalmente jajaja

Espero no haberme salido (mucho) de los personajes, la verdad es que por eso prefiero que no hablen entre ellos JAJAJA

Pero bueno, ya me dirán qué les pareció. :)

¡Saludos~!

ResilienciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora