XI. En la radio

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XI
En la radio

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La mañana siguiente Sanemi se despertó incluso antes del amanecer, y al hacerlo se dio cuenta de que alguien caminaba por fuera de su habitación. Los pies ligeros del visitante se alejaron, y él se levantó también. En silencio siguió aquellas pisadas y llegó hasta la entrada de la finca, donde aquella única figura miraba hacia el cielo.

Varios cuervos daban vueltas en el aire, y uno a uno fueron bajando hasta donde Uzui se encontraba; entonces, un graznido particular llamó su atención.

Uzui era con toda seguridad el único capaz de tener joyas en un pájaro como un cuervo, pero su animal no era el único que poseía algún distintivo. Aquel animal pertenecía a Kiriya-san, y el antiguo pilar del sonido lo recibió en la mano que aún poseía.

Sanemi escuchó lo que aquellos animales, incluido su propio cuervo, conversaron por algunos minutos, hasta que el animal cuyo dueño no se encontraba en aquella finca volvió a emprender vuelo, seguramente de vuelta a hogar de la familia Ubuyashiki.

—No necesitas esconderte, Shinazugawa, sé que estás ahí —dijo Uzui—. Si considerara que no debías escuchar, no te habría dejado esconderte en primer lugar.

—¿Sabías que estaba escuchando?

—Deberías recordar que solía ser un shinobi, Shinazugawa. —Uzui le miró con cierta diversión mientras el albino salía de su escondite, como lo hacía antes, cuando se burlaba de él en las reuniones de pilares—. Para haber sido un cazador, tus pisadas son demasiado ruidosas.

Pero sus palabras no habían causada risa alguna en su antiguo compañero. Sanemi tenía el ceño fruncido.

—¿Qué es todo esto?

—Sólo estaba enviándole un mensaje a Kiriya-san. —Uzui sólo se encogió de hombros.

—¡No me vengas con esas mierdas! —bramó Sanemi. ¿Acaso él era un niño al que debían estar cuidando? ¿Por qué mierda en su conversación con Kiriya-san él estaba incluido? ¿Cuántos cuervos necesitaban para vigilarlo?

—Cálmate, Shinazugawa. Kiriya-san me ha preguntado por ti, por eso le he hablado de que estás acá. No estoy haciendo nada malo, sólo me preocupo por ti. Todos lo hacemos.

—¿Por qué? —preguntó. Sus puños estaban demasiado apretados. ¿Por qué querían saber tanto de él? ¿Por qué buscaban tanto acercarse cuando él sólo quería alejarse y no volver? ¿Por qué insistían tanto en sonreírle, en hacerlo parte de sus vidas si ya nada los unía?

¿Por qué no lo dejaban solo?

—Tengo mi propia filosofía de vida, hay personas que son importantes para mí. —Uzui le miró y se acercó, levantando la mano que tenía escondida entre las mangas de su kimono, y en un gesto divertido, le desordenó el cabello—. Ahora vamos a comer, tengo hambre.

—¡¿Q-qué fue eso?! ¡Oy-ye! ¡Oye, Uzui! ¡Vuelve aquí!

—Sólo estaba siendo amable, y no grites, despertarás a todos.

—¡Que vuelvas aquí, te digo! ¡No me trates como un niño, tenemos la misma edad!

—Soy dos años mayor, y tengo tres esposas.

—¡Y eso qué tiene que ver!

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