Una tercera guerra estaba sucediendo frente a sus ojos, de nuevo las grandes naciones estaban en una disputa que había terminado en la pérdida de miles de personas. No era justo que incluso niños tuviesen que pasar con tal masacre, era exactamente lo que el primer hokage quería evitar cuando asesinaron a su hermano Itama. Pero al parecer la guerra no distinguía edad, género, religión... todas las vidas daban lo mismo.
Era deprimente, cualquier persona que sobreviviera a esto era más que seguro que acabaría mal mentalmente, ahora imaginemos a un niño de siete años. Particularmente este niño bien era fuerte para controlar sus emociones, pero su mente lo traicionaba, incontables veces se planteaba cual era la razón por la que los ninjas debían matarse, la razón por la cual existía en ese lugar y la razón por la cual estaba viviendo este infierno.
-Padre, ¿por qué ese ninja quería matarme? -preguntó mientras limpiaba la sangre de la víctima.
-Así es la guerra, vivimos para hacernos fuertes y al volvernos fuertes matamos para que no nos maten - respondió sin siquiera mirarle, caminó lentamente dejando a su hijo alrededor de cadáveres. -. Por eso debemos ser más fuertes que nadie, Itachi. Debemos proteger lo que queremos y a quienes queremos.
-¿A quiénes queremos? -se planteó a sí mismo viendo su kunai cubierto de sangre, sus manos temblaban y pronto entendió que no tenía razón de sobrevivir a la guerra.
Tan pronto como regresó a la aldea, su crisis existencial estaba desencadenada. Sentía que no valía la pena seguir viviendo si no tenía absolutamente nada que quiera proteger, ni siquiera una amistad cercana o alguien quien amara porque él mismo había suprimido sus sentimientos para mantenerse firme como su padre siempre le había dicho.
Con todo ello en mente, saltó al vacío, pero con lo que pudo se detuvo para caer a salvo. El miedo de morir era mucho mayor que cualquier otra cosa, era por eso mismo que había estado sobreviviendo y aún no podía morir.
Entre el odio y la desesperación, siempre hay esperanza y su esperanza era su pequeño hermano.
Como si hubiese sido escuchado, había tomado finalmente el rol de ser quien debe proteger a quien quería, proteger a quien probablemente sea el que pueda cambiar el clan. No podía morir sabiendo que dependían de él ahora más que nunca pensé a las innumerables ocasiones en las que pensó que la vida no tenía significado alguno hasta que vio nacer la vida.
Una vida nace.
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Una vida muere.
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