Capítulo 31. Suelto.

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Se despertó llena de energía y se adentró en su armario. Pasó por el baño para maquillarse y peinarse. ¿Pelo suelto o recogido? Esa era su única duda.

-Suelto. -dijo cepillando su larga melena rubia y acomodando su flequillo.-

Antes de bajar a la primera planta, pasó por la habitación de mamá, le regaló un suave beso en la mejilla y le susurró:

-Voy a salir, volveré tarde.

Mi madre asintió y tras otro beso, pero este más breve que el anterior, salió de casa, pues su querido Javier la estaba esperando.

El joven se bajó del coche para saludarla con un apasionado beso en los labios, en cuanto la vió.

-¿Cómo estás, princesa? -preguntó éste subiendo de nuevo al coche.-Siento haber venido tan temprano.

-Oh, no te preocupes, ya estaba despierta. -contestó imitando al chaval.- Y bien, ¿a dónde me vas a llevar?

-Es una sorpresa. Por cierto, no has desayunado ¿no?

Negó con la cabeza.

-Genial.

Arrancó el coche y se adentraron al asfalto. Rápidamente llegaron a la primera parada; una churrería. Ambos se bajaron y entraron en el local. Pidieron una mesa afuera y se sentaron. Amanda contemplaba atenta todo el lugar mientras Javier pedía churros con chocolate, que no tardaron en llegar.

-¿Vamos a comer churros? -preguntó Amanda irónica.-

-Estos no son "churros" son "Los churros". Mira, prueba. -dijo mojando uno en chocolate y dándoselo en la boca.-

A lo que ésta contestó con un sonoro "Mmmmm".

-Juguemos a un juego. -propuso el joven.- Nos vendaremos los ojos, mojaremos los churros en chocolate y nos los daremos mutuamente.

-Pero nos vamos a poner perdidos de chocolate. -rió Amanda.-

-De eso se trata. El que menos se manche gana.

-¡Okey!

El juego comenzó, ambos se vendaron los ojos con las servilletas de tela del local y mojaron los churros en chocolate. Tambaleándose, Amanda acercó el churro a la cara de Javier, pero un poco más arriba de lo que le habría gustado, toda su mejilla terminó manchada. Después Javier, con un poco más de pulso, se acercó a los labios de ella, pero no consiguió meterlo en su boca abierta, manchado su comisura. Y así pasaron los minutos, Amanda, al ver que no iba a ganar ni de lejos, por su pésima puntería, decidió hacer trampas. Se levantó la venda, dejando un ojo libre y con este fue capaz de alimentar a su chico sin mancharlo. Javier se sorprendió, se levantó la venda también y la pilló.

-¡Te pillé!

Amanda rió y Javi no tardó en unirse. Ahí estaban los dos, con las caras cubiertas de chocolate y riendo a todo pulmón. Estaban llamando la atención de todo el local, pero les daba igual, a ella le daba igual, pues estaba junto a él. En cuanto las carcajadas cesaron, Amanda besó a Javier, a lo que éste se sorprendió.

-¿Qué haces? -preguntó él.-

-Ganaste ¿no? Pues éste es tu premio. -respondió volviendo a su sitio.-

Ambos se limpiaron la cara con las servilletas que hace nada eran vendas para los ojos y de repente, Javier se levantó de un salto, agarró a Amanda, la metió en el coche y arrancó.

-¿Qué pasa?

-Tenemos que continuar la ruta. Siguiente parada;  El mercadillo.

Juntos se adentraron en aquella larga y ancha calle llena de puestos de comida, ropa, artesanía, bisutería, etc. Pasearon durante varias horas por aquella calle, contemplando los diversos objetos hechos a mano. En ese momento, unas niñas con cestas llenas de flores se acercaron a Amanda y le ofrecieron una corona de margaritas. Ella la aceptó sonriente y dejó que las pequeñas se la pusieran en la cabeza. Tras varios halagos a la larga melena de Amanda, las niñitas se fueron. Repentinamente, Amanda tiró del brazo de Javier, (provocando que la coronita cayera) haciéndolo correr hasta llegar al frente de un chaval (probablemente de su misma edad o un año más) que estaba tocando una guitarra negra con reflejos rojos. El joven era de cabello y ojos marrones, pelo... (A lo Justin Bieber xD) y una sonrisa encantadora. ¡Aquel chico era MONÍSIMO! y tocaba genial. Amanda se detuvo, cerró lo ojo un instante y se dedicó a disfrutar de la suave melodía. Luego, no pudo resistirse a echarle un par de monedas dentro del forro de la guitarra, que tenía abierto en el suelo, lleno de monedas. Javier, que no estaba muy interesado ni en el joven ni en la música, decidió acercarse a un puesto y comprar un detalle para su chica. Nada más irse Javier, el chaval dejó de tocar, se levantó y se acercó a Amanda.

¡No te dejes llevar!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora