Capítulo 12

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Capítulo 12

Federico sorprendido se restriega los ojos, para volver a observar con ojos asustado, sus actos lo llevaron a preguntar:

Federico —¿Cómo es posible que estés aquí?

Lanz —¿No te dije que nos veríamos aquí? Promesa cumplida.

Federico —Pero… ¿cómo me encontraste?

Lanz —Sencillo, siguiéndote. Esta calabaza es un casco de metal con adornos, su precio es altísimo y tiene tantos accesorios como ver el doble de la lejanía de tu visión normal a gusto.

Federico —Para eso está el telescopio que incluso te lo permite más lejos.

Lanz —No solo eso, también posee sensores de calor, todo tipo de cosas que incluso podrías no entender. El punto es que gracias a este pude seguirte sin ser detectado.

Federico —Por cierto ¿Cómo saliste del accidente?

Lanz —No sobreviví, incluso si hubiese salido vivo, tuviera los días contados.

Federico —No digas eso.

Lanz —Tenía cáncer muy avanzado, mis días estaban contados, pero bueno, estoy feliz, este mundo es ahora mi hogar.

Federico —¡Me dijeron que todos habían sobrevivido al accidente! ¡Tú también!

Lanz —Cuando tu cuerpo muere, en este mundo ganas una cierta cantidad de peso, como siete libras aproximadamente sin aumentar tu masa corporal, es la parte del alma destinada al otro mundo que viene a este. Yo gané ese peso apenas entré, me temo que ahora más que nunca deberé cuidarme, pues de una muerte no tengo retorno.

Federico —¡Qué todos se salvaron! ¡Están en salas diferentes! ¡Me lo dijeron!

Lanz —¡No seas inocente! ¡Caímos por lo que era casi un barranco! ¿En serio crees que van a sobrevivir todos? Es obvio que te mintieron –Grita hasta quedarse sin aliento.

Federico —Imposible.

Lanz —Cálmate y escúchame, quizás solo fui yo el desafortunado, o algunos más, pero seguro alguien más sobrevivió.

Federico —Eso espero... bueno, vas a ayudarme con el Rinoc…unicornio.

Lanz —Déjame ponerme el casco y te ayudo.

Lanz se puso el casco, tocó determinadas partes y sonó lo que parecía presión saliendo de este. Seguidamente comenzó a realizar un ruido, con el que atrajo al unicornio. Sin embargo, este cesó al tenerlo en frente.

Federico —¿Y ahora?

Lanz —A intentar montarlo,

Federico —Ah no, no, no, eso no.

Lanz intenta subirse en el lomo de la criatura, pero esta se hecha a un lado causándole una caída, ríe y vuelve a intentarlo. Transcurren horas en este proceso hasta que llega a sentarse en el lomo para que el unicornio comenzara a moverse como una bestia enfurecida. Son tantos los movimientos de este que termina lanzando por los aires a Lanz y cayendo sobre excremento. Federico asustado corre a socorrer al amigo y tras ver que está bien le dice:

Federico —Lanz, ese unicornio tiene mejor puntería que el elfo que andaba conmigo, de tanto campo abierto caíste en el único excremento que había.

Lanz se levanta de un salto, su rostro demostraba ira, seguridad y su aliento una peste que mareaba hasta a las moscas. Mirando fijamente a los ojos se lanza en carrera contra la criatura, pero esta no se queda quieta y dispuesta a enfrentarlo va hacia él.

Federico —Te aconsejo que te hagas a un lado –Luego de lo dicho se observa cómo queda la ropa de Lanz enganchada en el cuerno, mientras este gritaba “Socorro”. En cuestión de segundos su amigo estaba siendo lanzado por segunda vez a los aires– Te lo dije... ¡sobre mí no! –Federico comienza a correr, pero era muy tarde, su amigo había caído sobre él, pegándole el hedor horripilante–¡Quítate de encima apestoso!

Lanz —Ni que tú estuvieras tan limpio.

Federico —¡Por tú culpa!

Lanz —¿Cómo lo vamos a llevar a la ciudad si siquiera logramos montarlo?

Federico —Ataquémoslo a la vez.

Lanz —¡Gran idea!

Federico —Verdad que sí, sabes que para ello primero debes quitárteme de encima.

Se levantan y se lanzan a intentar dominar el unicornio, mientras se acercaban notan como la criatura corre de forma desenfrenada sobre ellos.

Federico —¿Estás seguro?

Lanz —Si no nos mata, nos enseña a volar.

Pasaron gran parte de la mañana intentando una tras otra vez montar el unicornio y al atardecer por perseverancia… y cansancio, lo consiguieron. Los chicos exhaustos ahora se dirigían sin rumbo, dormidos sobre el lomo de aquella criatura, quien sabe dónde van a terminar.

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