La línea estaba completamente plana. Los doctores corrían, preparando el desfibrilador.
Alexander se debatía entre la vida y la muerte; veía su vida pasar en un instante. El chico sonreía completamente calmado, sabía que ya no tendría que preocuparse más por nada. Sus dolores se curaban lentamente. Abrió los ojos y vio a su pequeño Storm correr hacia él. Cayó al suelo y comenzó a reír como loco, siendo llenado de lamidas, hasta que vio al rubio aproximarse. Se levantó lentamente y metió las manos en sus bolsillos, observando el hermoso atardecer que iluminaba los ojos azules de su amado.
—Hola —susurró y lo besó suavemente.
—Alex... —dijo el menor con la voz cortada—. Necesito que despiertes. No me puedes dejar solo... no aquí, no así, no ahora...
—Pero... —El peliplatinado miró a los lados—. ¿No lo ves? ¿No sientes la calma? No hay nada más, todo está completamente tranquilo... Solo tú y yo... por fin. —Sonreía de verdad, sin fingir ni un solo momento.
Roberto gritaba como loco en el pasillo.
—¡Alex! ¡Sálvenlo! Por favor, no pueden permitir que se me vaya. ¡Alex, despierta! —Lloraba desconsolado mientras era detenido por varias enfermeras; hasta que cayó de rodillas. —No puedo perderlo —susurró dolido y furioso. Estaba decepcionado por como Alexander había traicionado la confianza mutua. Intentó calmarse unos minutos después y les llamó a todos sus amigos. —Chicos... Alex sí se drogaba... de nuevo... No —sollozó—, no era maría. Chicos... Alex se me va a morir. —Rompió en un llanto desgarrador nuevamente.
El peliplatinado se dio la vuelta y vio a sus padres.
—Perdónenme...
—Está bien, hijo, te amamos y estamos orgullosos de todo lo bueno que has logrado —dijo su madre con una sonrisa.
—Así es, hijo. Perdóname por todo lo que te he hecho. —Su padre sonrió y le dio una palmada en el hombro—. ¿Vamos a pintar juntos?
El peliplatinado volteó a ver a Roberto e hizo una mueca y volvió la vista a sus progenitores.
—¿Por qué están siendo tan buenos conmigo?
—Oh, Alex ¿No lo ves? Aquí están todos tus más grandes deseos —le contestó Alexandra.
Daniel llegó corriendo como loco, jadeando y lleno de sudor.
—¡Alex! He-Hemos ganado. —Sonrió feliz y le entregó su traje de esgrima con su espada. —Es hora de que hagáis justicia. La esperanza prevalecerá en vosotros.
Los ojos de Alexander se llenaron de lágrimas y volteó a ver a Roberto.
—Lo siento, no puedo dejarlo solo; suficiente daño le he hecho. Él es mi verdadera felicidad.
Daniel y Magaly llegaron apresurados al hospital, estaban asustados y angustiados. Vieron a lo lejos a Roberto, quien estaba en la sala de espera, ensangrentado y con las heridas abiertas de todo lo que tuvo que pelear para obtener información. Le zumbaban los oídos y aun así se había negado a que lo ayudasen; primero quería saber que Alex estaba bien.
El cuerpo de Alexander resistía demasiado por el pasado; si no fuese por eso, ya estaría tres metros bajo tierra desde hace mucho.
El doctor volvió horas después.
—¿Familiares de Alex...? ¿Alexander Quintana Bossieu? —dijo bastante serio.
Todos se levantaron.
—Somos sus amigos —corearon los muchachos.
El hombre asintió.
—Logramos estabilizarlo y ya está un poco más tranquilo. Solo una persona podrá pasar y es importante que no lo alteren. ¿Hay algún familiar?
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Let's Forget Our Demons
أدب المراهقينCuando eres joven y has pasado por experiencias dolorosas, es difícil mantener una vida normal sin temores. Alexander Quintana es un universitario que intenta día a día mejorar su vida y demostrarle a todos que no es un simple rostro bonito. Junto a...