El doctor le sonrió al peliplatinado y lo revisó antes de anunciar los resultados.
—Bueno, Alexander; el laboratorio ya nos mandó los resultados junto con la evaluación psicológica; efectivamente tendrás que vivir con la droga. —Abrió la carpeta con la hoja de estudios—. Lamentablemente te tocó una hora bastante difícil. Tu pico es a las tres de la madrugada, así que serán 2 mg a las tres en punto, no más, no menos. Alexander... sé que esto será difícil para ti, pero necesito que en verdad tengas mucha disciplina y, así tengas muchas ganas, solo deberás consumir la tableta. Si sientes la necesidad de más, puedes llamarle a la psicóloga a cualquier hora y ella te ayudará.
Ambos asintieron obedientes. Roberto solo quería buscar a Owen para terminar de matarlo con sus propias manos. Apretó los puños y suspiró, mientras intentaba luchar ante su propia naturaleza.
—Entendido, Doc.
El peliplatinado miró al de bata blanca salir, después de todas las instrucciones y volvió la vista al rubio, quien ya había firmado el alta.
—¿Todo bien?
—De maravilla. ¿Ya nos vamos? —Arrastró la maleta a la moto mientras Alex lo seguía. El chico había durado tanto tiempo en el hospital que Roberto ya había tenido que mudarlos. Le entregó el casco al peliplatinado y subió al vehículo. —Sujétate bien, que esta carretera está llena de baches.
Alexander sentía el aire golpear su rostro como hace mucho no lo hacía. Se sentía realmente feliz de tener a su chico; así haya perdido todo, nada le preocupaba más, no pedía nada más. Levantó los brazos y dio un grito fuerte, viendo la puesta de sol en el mar junto a la carretera.
Pasaron el puente que dividía la ciudad y lo llevó a una zona rural, hasta el último rincón al norte de la ciudad.
Alex miró al rededor.
—Este no es el camino a casa... ¿Estás seguro de que no me estás secuestrando?
Roberto negó con una sonrisa y entró con todo y la moto a la planta a ras de piso. Era un departamento sencillo, frío y muy oscuro.
—Vivimos juntos; ya estamos secuestrados. —Bajó la maleta y abrió la puerta que estaba atorada por la humedad. El edificio era tan viejo que los interruptores aún eran de cadena en el socket del foco. El chico brincaba, intentando alcanzarlo, pero ni así pudo.
Alex rio y lo cargó para que el rubio prendiera la luz. Miró las paredes con un tapiz horrible que se estaba despegando. Recordó su departamento de mármol blanco, elegante.
—Bueno... comienzo a considerar el prostituirme profesionalmente.
—Oye, no; aún no llegan los resultados para saber si tienes bichos de la cosa esa horrible llamada Owen.
El de barba rio.
—¿Ya me das mi celular? Prometo no llamar a mis padres.
Roberto lo sacó y se lo entregó con la batería. Comenzó a acomodar los pocos muebles que no había tenido que vender. Miró al platinado y sonrió optimista.
—Solo ve el lado bueno; es económico y estoy a dos cuadras del trabajo. —Se quitó las botas—. Somos dos hombres y estamos sanos... bueno, si es que tus estudios dicen eso; así que no tendremos que gastar en anticonceptivos.
Alex se botó de la risa.
—Ya nos vi, la señora con sus chinos, haciendo recalentado de frijoles, mientras su marido gordo ve el futbol, todo borracho. —Sacó la panza que no tenía y rodó los ojos como si estuviese alcoholizado—. Solo nos faltan los hijos maltratados.
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Let's Forget Our Demons
Teen FictionCuando eres joven y has pasado por experiencias dolorosas, es difícil mantener una vida normal sin temores. Alexander Quintana es un universitario que intenta día a día mejorar su vida y demostrarle a todos que no es un simple rostro bonito. Junto a...