Epílogo

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Capítulo 43


El replanteo:

─¿Qué fue lo más difícil de todo esto? —se preguntó a sí mismo y empezó a repasar cada una de las instancias.

—¡Enfrentar a Mariano y decirle de mis proyectos y comunicarle mi alejamiento!... ¡Sí, eso fue!... ¡De última, si realmente hay otras vidas, tendré que pasar nuevamente por esto en una próxima! ¡Qué difícil! —pensó y dio la cuarta pitada al cigarrillo.

El amor hacia Ella y el haberla abandonado, lo quemaba por dentro como esa bocanada de humo quemaba sus pulmones. —¡Volver a pasar otra vez por todo esto!... Y perder el Amor Verdadero por unas cuantas cosas materiales...

El dolor y el calor en el abdomen se hicieron más intensos. No obstante reflexionaba.

Entonces apagó el cigarrillo que fue su único desayuno, y se levantó de un salto.

Se duchó y miró la grifería y todo lo demás mientras se vestía, y se sonrió.

Bajó las escaleras y cargó en el auto las guitarras, el violín, la melódica, las herramientas, un bolso grande que Susana le había comprado para que Mariano se lo diera como regalo el día anterior, por el "Día del Padre", y en el que puso la poca ropa que había preparado. Todo lo hizo acompañado de Mariano, que no estaba mal; lo ayudaba con ganas, como impulsándolo a que se fuera y se transformara en un ser libre.

Se enfrentó por última vez con Susana; le dio un beso en la mejilla y le dijo:

—¡Perdoname, pero no somos el uno para el otro! ¡Es mejor así! ¡Chau! —

Se cruzó en el patio con la madre de ella que lo fulminó con la mirada, y la saludó, más por formalidad que por otra cosa. ¡Cuánto odio sentía esa mujer hacia Él! Pero estaba justificado según mi discípulo, por todo lo que había hecho padecer a su hija.

Pidió a Mariano que abriese el portón y después sacó el auto. Bajó y abrazó fuertemente a su hijo y lo besó muchas veces mientras lo aferraba. Contuvo el llanto y trató que no temblara su voz para decirle que lo amaba profundamente y que no olvidara todo lo que habían hablado entre ellos. Mariano lo besó y Él subió al auto.

Puso primera y comenzó a irse despacio, muy despacio. Mariano corría detrás del auto saludándolo con la mano. Él lo veía por el espejo retrovisor y se hacía añicos. Casi estuvo a punto de frenar y volver a vivir, ¡perdón!, a durar, allí, en aquella casa, pero no lo hizo. Dentro suyo volvió a sentir el fuerte dolor abdominal y el calor, y un grito desgarrador y agudo, que lo estaba dando su parte oscura por la reversión de la situación y el resurgimiento de la otra parte.

Dobló en la esquina, y vio que Mariano ya no corría; se había quedado parado con su mano en alto, saludándolo.

En la esquina siguiente volvió a doblar y cuando ya no vio a Mariano frenó el auto y dejó que su enorme tristeza fluyera por los ojos. Tardó un instante en reponerse. Su parte oscura tuvo un viso de esperanza, pero en un instante la perdió. Traspuso toda la ciudad para llegar a casa de Ethel.

Él llamó a la puerta y lo recibió Ella con lágrimas de emoción en sus ojos, y se abrazaron, y quedaron un instante extáticos en un beso interminable que marcaba que el Intento ya era. ¡Que Ellos eran puro Intento! Y que iban a Intentar el viaje hacia una nueva vida, sin nada y con todo. Una nueva vida desbordada de pruebas difíciles que, a cualquiera, abatirían.

Fin

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"Charlas con Wilheim" (Libro 2do)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora