Capítulo 5

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Capítulo 5

16/3/94 (Cómo me fui de mi casa):

La parte de mi discípulo que trataba de aflorar para liberarse, comenzó a ganar terreno. El Cuento del Río le había hecho ver varias cosas nocivas que lo coartaban.

Él aún no podía creer que ese cuento tuviera una antigüedad que sobrepasaba los cien años; suponía que era una indirecta, pues, en su familia se usaban mucho las indirectas para no decir de frente las cosas. No obstante, al volver tarde y pretender no hacer ruido para no despertar a su esposa, y al ver aquella casa y todo lo que en ella había, se dio cuenta que a pesar de poseer todo no tenía nada, ni siquiera a su hijo —que era lo que más extrañaría si tomara la decisión de dejar todo y partir— ya que Mariano siempre dormía con su abuela materna que vivía en la casa de adelante.

Estuvo a punto de decir basta y salir de allí corriendo, pero la parte oscura dio un zarpazo y la decisión se hizo añicos. Yo lo estaba viendo, pues lo acompañé sin que Él notara mi presencia. Conocía su espíritu de tal manera que no podía decepcionarme con aquel resultado. Había perdido una batalla, sí, pero la guerra continuaba.

Me quedé junto a Él toda la noche sin que lo notara, y le hice tener un sueño significativo. —¿recuerdan que les comenté al principio que mediante los sueños podíamos comunicarnos?, bueno— En este sueño se iba con Ella —su condiscípula— en un ómnibus lleno de gente. Él llevaba unas hermosas y pesadas cadenas, muy brillantes, como único equipaje. Parecía estar huyendo. Un control policial detenía el micro e inspeccionaba el pasaje. Dejaba las cadenas con gran pena debajo del asiento, pues tenían un enorme valor para Él y se cubría un poco la cara con el abrigo haciendo un enorme esfuerzo para que no lo reconocieran; sentía un miedo atroz. Esa fuerza que deseaba tener para pasar desapercibido se trasladó como un gran poder mágico a los documentos, a tal punto, que la fotografía del mismo cambió y no lo reconocieron. Siguieron viaje y cuando llegaron a destino, al bajar, los rodearon varios perros negros, muy grandes que a Él le causaban gran temor. Al despertar recordaba perfectamente el sueño.

Al día siguiente nos encontramos en casa de Ella. Sentí su angustia.

Lo primero que dijo fue cuánto nos necesitaba. Mi compañera, con una sonrisa, le dijo que ahí estábamos. Él pidió que le tiráramos una soga pues era un pobre náufrago.

No niego que se sintiera así, pero también es cierto que era una forma de autocompasión, de lástima por él mismo, que le permitía postergar el tomar una decisión. Mi compañera le dijo que no era un náufrago, porque conocía muy bien cuál era su camino.

—Yo temo que se aburran de esperar— dijo Él.

—¡Cuántos millones, de millones de vidas esperamos! —dijo mi compañera mientras Él, secando con la punta de los dedos el esbozo de una lágrima de su ojo derecho, me preguntó

—¿Estuviste conmigo anoche? ¡El que hizo que tuviera ese sueño fuiste vos, verdad? — Le contesté que siempre estábamos juntos. Me preguntó qué había querido decirle con ese sueño, y respondí con otra pregunta:

—¿Qué interpretás vos?

—Que debo emprender el viaje. —manifestó— ¡Que esas pesadas cadenas, aunque relucientes, son cadenas igual y que para ser libre debo deshacerme de ellas, y que con los poderes espirituales se pueden hacer muchas cosas!

—¡Sí, así es! —acoté y Él expresó

—¡Lo que no entendí fue lo de los perros!

—Los perros, en los sueños, representan los prejuicios. El hombre carga con perjuicios, con culpas— le dije—; carga con los pensamientos ajenos. Eso se debe a la educación represora; siempre es así.

"Charlas con Wilheim" (Libro 2do)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora