Capítulo 42

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Capítulo 42

La despedida:

El Domingo 19 de junio mi discípulo se fue a su casa a la medianoche. Le había dicho a ella, después de un beso apasionado, que al día siguiente, a las 9:00 hs. pasaría a buscarla para que juntos se fueran a Nehuén Curá.

Ella lo despidió con cierta tristeza. Cabía la posibilidad que Él no cortara las amarras que le quedaban; pero igual estaba dispuesta a emprender el viaje sola; a que su bote comenzara a viajar en ese río caudaloso del Conocimiento.

Era una prueba de fuego, pues cabían muchas posibilidades para que Él no fuera a buscarla. Podría ser que tanto la madre de su esposa o su esposa misma lo asesinaran, ya que varias veces había recibido esta amenaza en épocas de enamoramientos anteriores, por parte de su suegra; o, tal vez, al ver a su hijo, se arrepintiera. Acaso una amenaza o tentativa de suicidio por parte de Susana frenaran su decisión; o simplemente, poner en una balanza todo aquello que tenía y que perdería si se marchaba.

Él también tenía miedo de arrepentirse o que ocurriera algún hecho desgraciado.

Llegó y guardó el auto en el garaje, y luego de trasponer el patio que daba a la galería trasera de su suegra, tuvo una descarga de adrenalina. Su perro, un ovejero alemán, no salió a recibirlo como lo hacía todas las noches cuando Él regresaba. Reinaba un silencio sepulcral.

Mirando hacia atrás se apresuró a meter la llave en el ojo de la cerradura pues imaginaba a la madre de Susana venir hacia Él con una cuchilla de carnicero que ella tenía, y no era paranoia, pues una vez había esperado así al esposo, no porque la engañara con otra mujer, sino porque prefería a sus acólitos del bar antes que a ella y regresaba muy tarde a su casa. Cabe señalar que esa mujer tenía severos problemas psíquicos por un tratamiento con anfetaminas.

Logró entrar a la que hasta hacía algún tiempo había sido su casa. Digo había sido porque Susana, creyendo que lo haría desistir de su decisión, en el último tiempo le pidió el divorcio pensando que de esa forma lo podría retener. Él no tuvo inconveniente en otorgárselo y en cederle todo a Susana y a Mariano, siempre y cuando se hiciera cargo ella de los gastos, ya que dejaba todo, y el poco dinero con el que contaba, lo había destinado a la humilde morada que iban a construir, mi discípula y Él, en el campo de Juan .

Cerró la puerta con llave y la dejó puesta en la cerradura, del lado de adentro, para no brindarle a la madre de Susana la oportunidad de entrar sin que Él lo supiera (ella tenía una copia que usaba a cada instante, pues se la pasó siempre en aquella casa invadiéndolos).

Cepilló sus dientes en el baño de la planta baja para no despertar a Susana que dormía en la suite de la parte superior. Subió despacio las escaleras y se acostó al lado de Susana sin hacer ruido.

Por la respiración notó que Susana no dormía, pero ella no abrió los ojos. Él intentó dormir pero le costó. Su parte oscura afloró y mi discípulo no se dio cuenta.

A las ocho se despertó. Estaba solo; Susana ya se había levantado.

Él miraba el techo y comenzó a recorrer la habitación con sus ojos. Vio las paredes pintadas por su mano, con mucho esmero; la cortina de raso azul oscuro que hacía juego con el color de la habitación y de la mullida alfombra, y que oscurecía la luz que penetraba por las dos ventanas de cedro, con arco de medio punto; la puerta de cedro con vidrio repartido color ámbar que daba al balcón; los dos enormes placards construidos por Él; el pasillo en bovedilla que llevaba al baño; el mismo baño, con los artefactos que Él había elegido cuidadosamente y la grifería con mármol de Carrara.

Después, con su mente bajó las escaleras y se detuvo a mirar la sala de estar de cuatro metros por siete y todo lo que en la misma había. Los aparatos electrónicos de todo tipo, de audio y video; siguió recorriendo mentalmente la casa y llegó al baño de la parte inferior equipado con artefactos muy estéticos y costosos, y tanto en el ante baño, como en el cuarto de baño, la grifería de bronce empavonado cincelado en gajos; salió de allí y se dirigió a la cocina con mesadas de granito en "L" que habían costado el doble por el recorte que se desperdiciaba; el anafe de marca y el horno sobre la mesada.

De ahí se trasladó al consultorio, con su fichero de más de cuatrocientos pacientes de los cuales, la mitad, no poseían obra social; el edificio mismo del consultorio en el que había invertido hacía solo un año una cantidad exorbitante para hacerlo altamente confortable y práctico, y al que había equipado con picaportes en pomo que se trababan desde adentro para atender a sus "amiguitas" sin ser molestado.

Encendió un cigarrillo aún acostado y se dijo:

-¡Es mucho!... ¡No voy!

Y pensó que seguramente Susana le permitiría quedarse y aceptarlo nuevamente como lo había hecho otras tantas veces, y hasta estaba seguro que podrían volver a casarse si Él se lo proponía.

-¿Y después, qué? -siguió pensando- Volver al desamor; al engaño... ¡Y bueno, total las puertas del consultorio se traban desde adentro!...

¡Ah, cómo se regodeaba la parte oscura de Él por haber ganado la batalla!... Estaba desechando por completo todo aquello que había aprendido del Conocimiento; todo lo que había logrado, por esas cosas que tenían precio, pero que no tenían valor.

La otra parte de Él, la que le brindaba claridad, felicidad y Libertad, había sido sepultada bien en lo profundo de un abismo por el contundente golpe de la parte oscura.

En la tercera pitada del Parisiennes vino a su mente el rostro de Ella; sus facciones; sus ojos y la transparencia de su espíritu, y el amor que Él sentía. Sabía que Ella se sentiría mal al ver que había pasado la hora de ir a buscarla.

-¿Qué hago? Tendría que, por lo menos, llamarla por teléfono para avisarle que no voy. -pensó. Pero no se atrevía. ¡Bueno!... De todos modos Ella estaba muy decidida y emprendería el viaje sola.

Sintió un dolor fuerte en el abdomen y calor, ¡mucho calor!... Una terrible angustia rodó con la forma de una única lágrima por su mejilla y cayó en las sábanas para dejar solo una húmeda huella, apenas visible; tan débil como la huella que el Camino del Conocimiento había dejado en Él.

Y se quedó en la cama...

"Charlas con Wilheim" (Libro 2do)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora