9. Pesadillas, encuentros y un examen por aprobar

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Gèrard:

Madre del amor hermoso. Había estado a punto de soltarle a Anne lo mucho que me atraía. Llevaba semanas soñando despierto con ella, sin poder sacármela de la cabeza. ¿Cómo hacerlo cuando la chica más guapa de la universidad fue en su día mi compañera de estudio? ¿En qué momento aquella niñita pequeña se había convertido en semejante mujer?

Anne Lukin era la mujer más bella que había visto jamás. De pelo del mismo color que el carbón, rizado. Aquellos ojos verdes tan brillantes me tenían enloquecido y esos labios cereza me tentaban cada día más.

Sentía que ella tenía dos facetas: aquella que mostraba en la universidad y otra muy diferente fuera de ella. En clase podía ser muy distante y fría con sus compañeros, y quizás por eso muchos la habían apodado Reina del hielo por esa actitud. Podría ser. Sólo se mostraba como era realmente con aquellas personas en las que confiaba plenamente. Con Eva, Rafa y conmigo era la misma Anne que había conocido años atrás, la que de verdad me gustaba.

Porque si de algo estaba seguro era de que mi corazón latiera con fuerza solo con verla, que me sintiera nervioso con su presencia y que fuera un torpe a su lado se debía a aquellos sentimientos que estaban empezando a florecer en mi interior.

Me asustaban, joder. Tenía miedo de no verla solo como a una amiga, de verla como a algo más. Estaba más que claro que ella solo me veía como un amigo. Lo odiaba. No sé si sería capaz de verla con otro chico que no fuera yo.

Argh.

Di otra vuelta en la cama y me quedé mirando el techo. Llevaba horas así, sin poder pegar ojo. Pensaba en Anne constantemente, más desde que había ido a casa y había conocido a Mai. Dios mío, mi hermana no solía mostrarse así de abierta con un extraño nunca. Por lo general, necesitaba días, incluso semanas, para poder sentirse en confianza. Anne había sido la única que había logrado aquello con mi hermano.

Durante la cena había sido consciente de como esas dos intercambiaban impresiones e incluso se hacían fotos juntas.

Di otra vuelta y miré la hora. Genial, eran las tres y media de la madrugada. Puf.

¿Por qué no podía quitármela de la cabeza? ¿Qué era aquello que tanto me atraía de ella? ¿Cómo...?

Pero un grito me hizo volver a la realidad. Todas mis alarmas saltaron y pegué un gran bote en la cama. En cuanto fui consciente de que el chillido venía de la habitación de Maialen, me puse en marcha. Todo estaba a oscuras. Tropecé con mis zapatillas y me di un golpe sonoro en el pie que me hizo mascullar una maldición.

Al entrar en el cuarto de mi hermana, prendí la luz. Ella gritaba hecha un ovillo en una esquina de su cama. Me subí en su cama e intenté tranquilizarla. Estaba teniendo un ataque de ansiedad.

- Sardiniti, soy yo, Gèrard. Estoy aquí, todo está bien.

Pero ella no parecía oírme.

La puerta del cuarto se abrió y una Mamen alarmada entró en la estancia.

- Vamos, pequeña. No estás sola. Estamos aquí.

Mamá se sentó en el otro lado de la cama y empezó a acariciarle el pelo lleno de sudor.

- ¡No! ¡No! --- gritaba. Lágrimas se escapaban de sus ojos.

Entre palabras tranquilizadoras conseguimos que se le pasase. Se abrazó a nosotros y empezó a llorar a moco tendido. Murmuraba palabras inconexas.

- Yo...yo...

- Tranquila, preciosa. Ya estás a salvo, ya no sufrirás más ---susurré en su oído. Ella se apretujó más contra mí, en busca de cobijo.

Perfecta Sincronía || Gèrard y AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora