6. Celos ¿o no?

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Anne:

Dios mío, qué día llevaba. Se suponía que debía acudir a ensayar a las cinco de la tarde. Mierda. Había estado tan centrada en mis tareas de la universidad, haciendo aquel trabajo tan importante, que se me había ido la hora por completo. Había salido a todo correr de la residencia para coger el primer taxi que me llevara hasta el Portland Dance Studio. Como no, el día que mas prisa tenía era cuando más tráfico había. Por eso no me gustaba conducir y prefería mil veces el transporte público. Fui demasiado grosera con el pobre conductor y, tras reiterarle que acelerara, por fin llegué a mi destino. Le dejé una buena propina---al fin y al cabo, él no tenía la culpa de mi despiste--- y bajé del coche a todo correr.

- Mierda--- mascullé entre dientes después de tropezar con mis propios pies. Si es que una no podía andar con prisas.

Entré con la respiración entrecortada y, tras saludar a Amy--- la recepcionista tan maja que teníamos--- a toda prisa, subí como un rayo las escaleras y me metí en los vestuarios que estaban adheridos a la sala en la que me tocaba ensayar. Apenas tardé en cambiarme de ropa y en recogerme el pelo con una cinta.

Antes de entrar, toqué la puerta con miedo y entré a todo trapo. Joder, nunca antes había llegado tarde.

- Llegas tarde, Lukin--- me regañó la señora Quinn, mi instructora de baile.

Enseguida empecé a vomitar mi excusa:

- Lo siento. He estado haciendo un trabajo y...

Pero me quedé muda al ver que en la sala no sólo estaban mis compañeras habituales. Había un chico que yo conocía tan bien y, por unos segundos, me quedé sin habla, totalmente sorprendida de verlo allí. A ver, no me malinterpretéis: estaba muy contento de tenerlo como compañero. Pero habiendo tantos estudios en Nueva York era increíble e impensable que coincidiéramos en el mismo.

-¡No acepto excusas, Lukin! --- Las palabras de Quinn me sacaron de mis pensamientos y me hicieron chocar de nuevo con la realidad---. Ya sabes las consecuencias de llegar tarde.

Hice un leve asentimiento con la cabeza y, saliendo de aquel estado de congelación en el que me había quedado, avancé hacia una esquina y me puse a hacer cien flexiones. Aquel era el precio que debía pagar por la tontería. Daba igual si estábamos estudiando, trabajando o haciendo cualquier cosa: debíamos cumplir con el horario. Solo podíamos faltar en caso de lesión, o, en su defecto, si estábamos enfermas.

Quinn empezó a dar la clase de perfeccionamiento de técnica mientras yo hacía las flexiones y, al terminar, me uní al grupo con los músculos un poco adoloridos. Me puse junto a Erika Jennings, una de las mejores amigas que tenía en el estudio y de las mejores bailarinas que había conocido. Rompía con todos los estereotipos. Su fuerte era el ballet, aunque podía bailar cualquier género que le pusieras. Su piel negra me encantaba y aquel pelo azabache como la noche lleno de tirabuzones era la envidia de muchas chicas.

- Anne llega tarde --- susurró ella para que solo yo la escuchara.

Me puse colorada.

- Me he despistado. Se me ha olvidado poner la alarma y se me ha ido la hora.

Ella puso los ojos en blanco mientras hacia los ejercicios que Quinn nos mandaba.

- Excusas baratas.

Sabía que se estaba metiendo conmigo de la misma forma en la que yo lo hice cuando le pasó lo mismo. Por eso no me molesté. Además, me llevaba fenomenal con ella. Nos habíamos conocido cuando me pusieron en el mismo nivel de ballet que ella y desde el primer momento intentó ayudarme. Me daba consejos para mejorar la técnica o el equilibrio. Al principio solo nos veíamos en el estudio. Un día, en cambio, decidimos quedar y desde entonces nos habíamos prometido hacer una salida al menos una vez cada dos semanas. Tenía un año más que yo y estaba terminando los estudios musicales. Cantaba como los ángeles y tenía una voz especial, potente y armoniosa.

Perfecta Sincronía || Gèrard y AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora