18. Cine y resaca

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Anne:

Hacía una tarde agradable. La brisa fresca mecía mi pelo suelto, el aroma salado del mar inundaba mis fosas nasales y el romper de las olas me reconfortaba. Muy pocas veces había pisado la playa y, a pesar de eso, el mar era uno de mis paisajes preferidos por excelencia. Todo era tan relajante: sentir la arena bajo los pies, la humedad del ambiente...

De pronto, sentí unos brazos en torno a mí cintura y cuando me volví, me encontré con aquella profunda selva. En el preciso instante en el que sus manos acariciaron la curva de mi cadera, mi corazón empezó a saltar con fuerza, aquel vorágine de sensaciones me invadió por completo y empecé a sentir la cara tan caliente que por un momento pensé que ardería en llamas.

Sus manos viajaron hacia mí mejilla y acariciaron el rubor que seguramente se habría apoderado de mi piel.

- No sabes lo guapa que eres.

Abrí los ojos y boqueé como un pez en busca de oxígeno. ¿Ese hombre era real o solo una invención cruel de mi mente perturbada?

- Eres preciosa ---siguió él---. Tus ojos me vuelven loco y este pelo...No sabes cuánto deseo enredar mis dedos en él. ---La mano que estaba en mi mejilla empezó a acariciarme cada centímetro de la misma hasta quedarse a escasos milímetros de mi boca---. Estos labios tan provocadores que tienes me tientan a todas horas. No hay día que no desee probarlos.

- ¡Qué tonterías dices!

Él me sujetó con mucha más firmeza y me atrajo aún más hacia sí mismo.

- No sabes lo mucho que me gustas, Anne.

Su confesión me dejó sin palabras. ¿Iba enserio? ¿Dónde estaba la cámara oculta? Todo en mi interior dio un vuelco tan grande que os juraba que por un momento me daría un ataque al corazón.

- ¿Eres real?

- Muy real.

- Me gustas, Gèrard. Desde el primer día que nos vimos.

Él fue acortando la poca distancia que nos separaba y cuando nuestros labios estaban a punto de rozarse, todo a mi alrededor empezó a difuminarse y yo abrí los ojos.

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Mierda. Me dolía un huevo la cabeza y la luz cegadora que me daba de lleno en los ojos no me ayudaba para nada. ¿Qué hora sería? Sentía todo el cuerpo agarrotado y entumecido y lo que menos me apetecía era salir del cobijo de mis sábanas. Alargué la mano para mirar la hora y casi pego un bote del susto que me llevé. Eran casi las dos del mediodía.

Haciendo esfuerzos sobrehumanos, hice la colcha a un lado y me levanté. Sentía el cuerpo pesado y los pies adoloridos. Recordé que en algún punto de la noche aquellos tacones  que había decidido ponerme me habían empezado a hacer daño.

Escuché un ruido proveniente de la cocina y, seguido, una maldición.

Tras ir al baño a hacer mis necesidades más básicas, me aseguré que mi compañera estuviera bien. Cuando entré en la pequeña cocina, vi cómo ella se frotaba el pie esbozando una mueca de dolor. Soltó un taco por lo bajo.

- Eso te pasa por ir descalza por la vida ---la regañé. Tenía la voz pastosa y la garganta seca, como si hubiera estado un año entero en el desierto y no hubiese probado ni una sola gota de agua.

- No he visto la pata de la mesa.

Mientras me servía un vaso de agua del fregadero, le respondí:

- Claro, como no lleva en el mismo sitio desde que nos mudamos.

Ella respondió a mí burla  con una mueca que yo misma imité en un intento por chincharla. Después, bebí todo el contenido del vaso de una sentada y me serví otro más. De verdad que estaba sedienta.

Perfecta Sincronía || Gèrard y AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora