19. Besos con sabor a fresa

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Gèrard:

Cuando Rafa me llamó después del almuerzo para ir al cine, jamás pensé que acabaría besando a Anne. ¡Madre de Dios! Había estado nervioso desde el momento en el que aquella pareja nos había dejado solos. Cuando ella se tropezó con el bolso de la chica que estaba a mi lado y yo la sostuve para que no se diera de morros contra el suelo, fui consciente de su cercanía y supe que sería difícil tenerla tan cerca y no poder tocarla.

A pesar de que estar a su lado me transmitía seguridad, estuve gran parte de la proyección en tensión. ¿Sería consciente de lo bonita que se veía? En más de una ocasión me había encontrado mirando aquellos labios que tanto anhelaba saborear.

Todo mi autocontrol se fue a pique cuando nuestras manos se rozaron al ir a tomar un puñado de palomitas. No pude evitar la tentación de entrelazar nuestros dedos como tantas veces había deseado y acariciarle los nudillos. Sus pupilas reflejaban el mismo sentimiento que el mío, por lo que no pude evitar que de mi boca se escapara aquella confesión tan noña. Ella me miró sorprendida. Mientras yo tenía el corazón en un puño. ¿Qué estaría pensando de mí? ¿Qué se le estaría pasando por la cabeza en aquel momento?

No pude evitar acariciar sus mejillas. Estaba caliente y sonrosada. Sonreí. No sabía lo tierna que se veía y lo mucho que a mí me gustaba.

- ¿Eres real? ---preguntó entonces y yo no lo dudé.

- Muy real.

Y así, poco a poco, fuimos acercándonos el uno al otro hasta que por fin nuestros labios se rozaron en un beso delicado. Su sabor y su olor me embriagaron por completo, empapándome de ella. Noté un ligero gusto salado a las palomitas mezclado con el toque dulzón del refresco. Por un momento olvidé cómo besar y me sentí tan torpe que temí por unos instantes que metería la pata hasta el fondo y que perdería toda oportunidad posible con ella.

Gracias a los cielos, empecé a mover con suavidad y lentitud los labios, guiándola en una danza llena de ternura. No había prisa, tenía toda la sesión para besarla y saborearla, para llenarme de ella. Y, madre mía, qué bien besaba. Sus labios se movían con maestría en torno a los míos.

Nos separamos unos segundos. Ambos respirábamos entrecortadamente. Una pequeña sonrisa le iluminó el rostro y otra se formó en mi boca. Le acaricié los labios hinchados y rojos con los dedos y, poco después, volví a besarla con mucho más fervor, mostrándole cuántas ganas tenía de hacerlo y lo mucho que me había estado conteniendo. Ya ni siquiera escuchaba la película,  había pasado a un segundo plano. Lo único que me importaba era Anne y el tsunami de emociones que estaba despertando aquel beso.

En el mismo instante en el que sus manos se enroscaron en torno a mi cuello, la forma en la que intento pegarse más a mí cuando físicamente ya era imposible, provocó que un pequeño jadeo ahogado se escapara de mi garganta. Agradecí a todos los dioses que justo la escena que se desarrollaba ocultara aquel jadeo.

Por el bien de los dos, no separé. Apoyé la frente en la suya y la mire directamente a los ojos. Sus pupilas, normalmente tan verdes como las esmeraldas, estaban dilatadas por el deseo y el beso tan candente que habíamos compartido.

No solté su mano en lo que restaba de la película y, la verdad, apenas me enteré del argumento. De vez en cuando me encontraba mirando aquella morena de piel clara y, cuando me pillaba, esbozaba que ya sonrisa tímida que tenía y apartaba la mirada.

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En el momento en el que la proyección terminó, la acerque a mí sin poder soportar más su cercanía y le di un beso casto. Ahora con la luz encendida pude apreciar como al separarme sus mejillas adquirían un adorable tonalidad rosada.

Perfecta Sincronía || Gèrard y AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora