Depresión

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Lunes, 5 de octubre de 2020

En un mundo cruel y despiadado, donde vives amenazado y despreciado por la gente, es natural defenderse. Luchar por lo que quieres o morir en la mediocridad; dos opciones, dos tipos de personas.

Si el mundo es despiadado se aprende a serlo también, antes de que el mundo te destruya.

La vida no te enseña a ser cruel, te obliga a serlo.

Aquellos pensamientos deambulaban por la cabeza de Ethan, por primera vez se sentía inseguro de sus acciones, siempre había creído ser el bueno de su historia. Pero su hermana Elisa le había dejado muy en claro su inconformidad por su comportamiento con los niños de la casa Himura. A ella le parecía de muy mal gusto que los hubiese amenazado de forma tan fría, sin siquiera mostrar un poco de remordimiento; la chica había sentido miedo de la persona en la que su hermano se había convertido, o en la que podría llegar a ser, porque ella sabía algo más que disparaba sus alertas.

Ethan no había dejado de pensar en la mirada indescifrable de su hermana, no la había podido borrar de la mente, aun cuando ya había pasado un día. Era lunes y había prometido a más de una persona volver a clases, pero esa no era su preocupación en ese momento.

Esperando que la hora de salir llegara, estaba reflexionando sobre todo lo que había pasado en la pesada casa de los Himura. Sin embargo, había sido criado para protegerse a costa de todo, creció con orgullo y con la idea de que merecía todo en la vida. Así es como Elías había querido que creciera: fuerte y con la autoridad de un líder alfa. Pero, tal vez, la idea de que la fuerza era igual a inspirar miedo no era del todo acertada; así como debilidad no era sinónimo de ocultar los sentimientos.

Él no sabía que desde niño su mente estaba siendo moldeada de forma que le temieran, de forma que nadie pudiera, si quiera, mirarlo mal y salir sin castigo.

Se percató de la maldad que existía en su corazón y eso lo asustó. En especial por el recelo con el que su hermana le había hablado cuando lo llevaba a casa, después de la cena incómoda. Y lo que más miedo le provocaba era el hecho de que su amenaza no había sido en vano, en ese momento, de verdad se imaginó haciéndole daño a aquel niño inocente, por venganza contra él y contra su despreciable madre.

«¿Somos malos?», preguntó a su hermoso lobo omega que cohabitaba con su alma.

Se encontraba tumbado en su cama, mirando al techo, sumergido en una apacible modorra, acurrucado por el sonido del soplar del viento contra las hojas de los árboles.

«No... tú eres yo y yo soy tú, y yo no soy malo», afirmó el lobo con un deje de arrogancia, lo que hizo sonreír a Ethan. «Si yo hago algo malo, evítalo. Haré lo mismo por ti», prometió, también el lobo se sentía un tanto intranquilo.

Aquella promesa los ayudaría a controlarse, porque ambos eran uno solo. En su corazón sabían que separados se perderían, Ethan no podría vivir sin su parte animal y el lobo no sería nada más que un espíritu perdido, sin su humano. Cada persona en el planeta fue diseñada así, para nunca estar sola. Incluso los betas.

«Gracias, mi querido amigo».

—Ethan es hora de ir a clase. —Elías entró a la habitación, preocupado de que su sobrino, de nuevo, decidiera no volver a clases. Al verlo, aunque en la cama, ya vestido y listo para salir, se quedó más tranquilo.

—Lo sé... —exclamó el chico con pereza. Levantarse de la cama le había costado mucho más de lo que había creído, no se le estaba haciendo nada fácil salir de la depresión.

—¿Tomaste tus medicinas? —preguntó Elías, refiriéndose a los antidepresivos.

—Lo hice o no estaría de pie —admitió Ethan tomando su mochila y la pequeña bolsa de papel plateado en la que había guardado la bufanda de Selim—. Estoy listo.

El Lazo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora