Alma Oscura

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Sábado, 31 de octubre de 2020

Tres meses antes de la noche maldita.

La gran boda continuó hasta las tres de la mañana, pero Ethan y Mario se retiraron mucho antes de ello, molestos por lo que había sucedido con Selim y Luck. La incomodidad no les permitía hablarse entre sí, a Ethan le ofendió que su amigo no hubiese hecho ni un solo intento de defenderlo frente a los alfas y Mario se sintió herido por la evidente preferencia que Ethan había mostrado por Selim.

Llegaron al hotel sin pronunciar palabra, en la limusina que Elisa les había concedido para su transporte. Cuando estaban por subir al ascensor, Ethan se dio cuenta de que no tenía su llave, sin ella no podía acceder ni siquiera al piso de su suite.

Volvió a la recepción a pedir un repuesto, Mario lo siguió en silencio, estaban disgustados, pero el beta aún se sentía responsable por su seguridad.

—Buenas noches —saludó Ethan al recepcionista—. Perdí mi llave, sería bueno si me otorgaran un repuesto, por favor.

—Claro, joven, su nombre por favor —solicitó el empleado.

—Ethan Himura, la habitación fue reservada por...

—¡Oh, claro, señor! —El empleado lo interrumpió nervioso—. Disculpe por no haberlo reconocido. Aquí está su llave. —Le entregó una tarjeta negra—. Pero si perdió la otra, puede ser peligroso, ¿desea que cambiemos el código de su cerradura?

—Sí, por favor, pero hoy no, me gustaría descansar. Háganlo mañana. Y muchas gracias.

—A sus órdenes, señor y gracias por hospedarse en nuestro humilde hotel. —El recepcionista hizo una reverencia, como si la presencia del chico fuera el mayor honor de la vida.

—Te tratan como si fueras el rey del mundo —puntualizó Mario.

—Debe ser porque me quedo en la suite presidencial —alegó Ethan y volvieron a dejar de hablar.

Cada quien se dirigió a sus habitaciones, después de una despedida vaga, se separaron. En la suite, Ethan se tiró, agotado, en la cama, ese día había sido uno de los más cansados de toda su vida. La boda le pareció hermosa, pero, con Selim y Luck ahí, todo se tornó molesto. Se arrepintió de no haber tomado, aunque sea, una copa de vino.

A pesar de ser más de media noche, decidió tomar una ducha y vistió un pijama cómodo de tela de algodón azul, cuya camisa se abotonaba por el frente. Después de todo ese día, solo deseaba acostarse y dormir hasta tarde. Sin embargo, había hecho planes con sus amigos de despertar temprano para divertirse ese último día en la isla.

Cuando estaba a punto de meterse entre las sábanas, alguien llamó a la puerta. Como nadie podía entrar sin la tarjeta, supuso que se trataba de algún empleado. Le habían dado dos llaves al registrarse, pero una se la había entregado a Isabela que, por lo avanzada de la hora, ya debería de estar dormida y la suya la había perdido quién sabe dónde.

Salió a la sala y abrió, se llevó una gran sorpresa cuando vio a la persona parada ahí, con apariencia desaliñada.

—¡¿Selim?! —exclamó. El alfa apenas se podía mantener de pie, apoyándose en el filo de la puerta, tan ebrio que el olor a vino inundó todo el ambiente—. ¿Cómo diablos llegaste aquí? —exigió saber Ethan porque era obvio que el personal del hotel no le hubiera permitido subir, no solo y menos en ese estado. Selim le entregó la tarjeta llave perdida.

—Se te cayó y vengo a devolverla —habló lento y alargando las palabras, parecía de buen humor, sonriendo tontamente como si acabara de contar un chiste.

El Lazo RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora