13. LA DISCULPA

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《• Elizabeth White •》

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《• Elizabeth White •》

La mirada de mi padre me pedía a gritos una explicación. Sabia que lo habían llamado del instituto diciéndole lo que había pasado. No había asistido las dos primeras clases.

-Creo que me merezco una explicación -exigió con un tono de voz fuerte.

Bajé la mirada lentamente hacia mis manos que estaban cruzadas en mi regazo. Sabía que estaba enojado. Nunca había perdido una clase. No intencionalmente.

Tal parece que el profesor Smith me había reportado en la dirección lo cual hizo que llamaran a mi padre dándole las noticias. Esto era increíble, pensé que no iba a pasar nada, pensé que el profesor no iba a dar reporte. Pero eso me pasa por confiarme y seguir a Jack.
El tan solo hecho de recordar al castaño hizo que recordara nuestra discusión y algo en mí se removió.

-No me evites. Respóndeme -hizo presencia mi padre.

Lo miré nerviosamente, no sabia que excusa inventarme que no implicara mencionar a alguien o al chico. Pensé por un momento hasta que la tuve.

-En mi defensa diré que la alarma no sonó y llegué tarde a la primera hora y el maestro no me dejó entrar -dije mordiendo mi labio inferior.

-¿Y la segunda clase?

-Ah... Pensé que tenía libre la segunda hora y me quedé en la cafetería con Alana.

Alana, dónde sea que estés, lo siento.

-Sabes que no me gusta que te estés perdiendo las clases. Eso arruinaría tu promedio. No trabajo la mayoría del día para darte estudio y que tu lo desperdicies -usó un tono de voz con autoridad.

-Lo sé y lo siento. Solo fue esta vez no volverá a suceder -usé un tono de voz arrepentido.

-Eso no es suficiente.

Guardé silencio y apreté mis manos. La mirada de mi padre era tan penetrante que si me quedaba mirándolo fijamente corría el riesgo de decir toda la verdad. Así que aparté mi mirada de la suya y la dirigí a mi plato, aún estaba lleno de comida, no había tocado nada desde nuestra conversación.

-Creo que tendré que castigarte -advirtió.

Yo lo miré con la boca abierta, sorprendida. Era la primera vez en años que me castigaba.

-P-pero, ¿por qué? -pregunté en un chillido.

-Si no lo hago corro el riesgo de que vuelvas a evadir clase. No quiero que vuelva a suceder.

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