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Una nueva incursión se llevaría a cabo en el territorio del Sahara, encontrar armas de destrucción masiva que justificaran los ataques españoles era la misión, una nueva ofensiva sería lanzada, las tropas se habían reagrupado y habían llegado refuerzos tanto de las fuerzas especiales como del ejército de tierra y aire, esta vez serían escoltados por varias aeronaves.

«El espíritu del legionario es único y sin igual, es de ciega y feroz acometividad, de buscar siempre la distancia con el enemigo y llegar a la bayoneta» gritaban una y otra vez para armarse de valor, ese día le harían honor a su lema, el plan era agresivo, se acercarían al enemigo, cumplirían la misión, aunque eso significara la vida de compatriotas.

Samuel estaba listo, cerró los ojos y presionó una vez más su mano contra su bolsillo, dándose fuerza con la única cosa que lo conectaba a su hogar, esa hoja de revista gastada por los dobleces en donde se veía a una Carla imponente y hermosa.

La ruta paralela que esta vez tomaron era peor que el desierto, las calles eran desoladas y se respiraba muerte, se veían sombras asomarse por las ventanas, el ejército español avanzaba con paso firme, vigilantes, gallardos, dispuestos a luchar un día más, y así fue.

Varios soldados del ejército sahariano apuntaban con metralletas y fusiles desde los techos de algunas casas desoladas, así que se dividieron según las unidades establecidas para entrar a las estructuras y así poder expulsar al contingente enemigo.

Disparos y gritos empezaron a hacer eco a través de las paredes, Samuel descargaba su arma con determinación, el entrenamiento había sido riguroso, sabía manejar su fusil a la perfección, al igual que las armas cortas que portaba, una ceñida a su cintura y otra a su talón, todos portaban también un cuchillo militar para las batallas cuerpo a cuerpo, que debido a la naturaleza de la misión no se hicieron esperar.

Un fuerte golpe hizo que Samuel cayera al suelo, su fusil quedó a unos metros, un hombre de gran complexión lo había derribado, portaba un cuchillo, al parecer su arma se había quedado sin balas, Samuel luchó cuerpo a cuerpo, recibió algunos golpes, pero era ágil y rápido, en un acto reflejo tomó su cuchillo y lo clavó justo en el centro del pecho de su oponente.

La sangre del musulmán corría, mientras Samuel presionaba el cuchillo, estaba encima de él, podía ver como la vida se le escapaba de los ojos, hasta que dejó de respirar, Samuel soltó un doloroso suspiro y cerró los ojos, una vez más había quitado una vida, era algo con lo que tendría que vivir, si es que vivía, las noches eran insoportables, siempre despertaba sobresaltado por las pesadillas, y ahora solamente se agravaría su pesar.

La victoria española era inminente, «El espíritu del legionario es único y sin igual, es de ciega y feroz acometividad, de buscar siempre la distancia con el enemigo y llegar a la bayoneta», el fuego cruzado era intenso, pero su fuerza aérea era masivamente superior, los locales poco a poco fueron cayendo, pero no se irían sin pelear hasta su último aliento.

Una granada...

Una explosión...

El ruido fue ensordecedor, Samuel llevó sus manos a sus oídos, un constante pitido taladraba sus tímpanos, no podía ver nada, la granada había explotado cerca, eran los últimos recursos marroquíes y saharianos que daban patadas de ahogados, pues estaban sucumbiendo ante el poderío español y luego solo obscuridad, Samuel cayó de golpe al suelo perdiendo la conciencia.

De la guerra y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora