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Londres era hermosa, aunque muy lluviosa, los primeros días habían sido bastante ajetreados por lo que no había tenido mucho tiempo de pensar en algo más que no fuera el instalarse en su nuevo apartamento y en gestionar su horario de clases.

Economía, esa había sido su decisión, le gustaba mucho el diseño de moda y joyería, era un proyecto del que habían hablado con Lucrecia un par de años atrás, pero ahora todo era diferente, era la nueva dueña de las bodegas y debía estar a la altura, además Londres era perfecto para perfeccionar el idioma y ampliar su círculo y así concretar negocios exitosos que le permitieran devolver hasta el último centavo a Yeray pues, el saber que tenía un socio al cuál rendirle cuentas no la terminaba de convencer.

Pero allí estaba la soledad, su vieja amiga otra vez, golpeándola de frente mientras veía las gotas de lluvia caer en su balcón, una copa de vino tinto en su mano (Marquesado de Caleruega por supuesto) y un plato de macarrones en la mesita contigua que pobremente emulaban los que él preparaba, al final no eran tan asquerosos como le había asegurado en una ocasión.

La vibración del móvil sobre la mesa de vidrio la sobresaltó, en la pantalla "papá", rodó los ojos y lo tomó.

C: ¿Qué quieres?

T: Hola cariño, espero no haberte despertado, o es aún de noche? No tengo aún muy claro el cambio de horario

C: por favor, la diferencia entre Londres y Madrid es solamente de un par de horas, mejor dime de una vez qué es lo que quieres

T: vale, no tienes que ser tan mordaz

C: lo siento, en que puedo ayudarte? Mejor?

T: ya. Solo quiero saber hasta cuando vas a seguir con este juego de que Valerio me respire en el cuello

C: Cuando seas decente, lo cual no pasará así que vete acostumbrando

Colgó el teléfono, dejando a Teo con la palabra en la boca y fue directo a la cama, mañana empezarían las clases y no quería llegar tan desmejorada.

De la guerra y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora