El mundo se cae a pedazos.

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Dorian

Caminaba con mi destino claro.

Vi el parque a mi paso, ese en el Zoe y yo solíamos encontrarnos y sonreí.

Ya había pasado una semana, desde lo del concurso, mi mente estaba más que limpia, mi corazón solo tenía un nombre y hoy era el día en el que le diría a Zoe que yo no iba a alejarme y estaría dispuesto a esperarla.

Llegué luego de unos minutos de caminar, estaba nervioso y ansioso, realmente quería verla.

Toqué el timbre de la bonita y gran casa. Carlota abrió la puerta con los ojos llorosos y la cara roja.

—¿Está bien, Carlota?

—Mi-mi niña

—¿Qué pasa, Carlota?

—Zoe, e-ella tuvo un a-accidente ayer...

Mierda, mierda, mierda.

—¿Qué? ¿Dónde está? ¿Qué pasó? ¿Está bien?

—E-ella está e-en el hospital...—Dijo con un sollozo.

Sin esperar ni un minuto más, salí corriendo de ahí.

Tomé el primer taxi que pasó, con la mente hecha un lío y el corazón al mil.

El tiempo se sentía tan lento, los minutos pasaban y el trayecto parecía cada vez más lejos, cuando divisé el hospital, bajé rápidamente del auto, aventando el billete dentro.

Corrí lo más rápido que pude, entré sin saber qué hacer o dónde ir. Corrí a la recepción.

—Zo-Zoe Delgado, ella está aquí ¿En qué habitación?

—¿Es usted familiar?

—No, yo-yo soy su amigo...

—Lo siento, pero solo los familiares pueden pasar.

—¿Pasa algo?—Dijo una voz que reconocí automáticamente.

—Mamá, por favor, necesito ne-necesito ver a Zoe.—Dije volteando hacía ella en una súplica.

—No te preocupes, linda, yo me encargo.—Habló dirigiéndose a la recepcionista, quien salió del mostrador luego de eso.

Mamá entró y reviso una tablilla con varios papeles.

—¿Cuál es su apellido?

—De-delgado.

—Habitación 119, si hay alguna enfermera dile que yo te dejé pasar y tranquilízate, Dorian, Zoe va a estar bien.

Mi preocupación solo aumentó después de aquello, me dirigí a la habitación con la garganta hecha un nudo, ni siquiera sabía que había pasado pero solo imaginar a Zoe lastimada... Me rompía en mil pedazos.

Llegué a la habitación, toqué pero nadie respondió del otro lado. Entré y estaba vacía, solo estaba Zoe, acostada en una cama, con uno de sus brazos cubierto de yeso, la cabeza vendada y una máscara de oxígeno en el rostro.

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