Despertó de madrugada, para cuando decidió levantarse de la cama ya llevaba un buen rato sin sueño, el reloj sobre la mesita de noche, marcaba las 4:00 am.
Se levantó sin ganas y se dirigió rumbo al baño, mejor comenzaría a prepararse para el día de trabajo que le esperaba.
Al entrar al baño se detuvo, se observó frente al espejo, había pasado ya más de un año y aún no reconocía al sujeto frente a él.
Desde el espejo le devolvía la mirada un tipo que no conocía, pero que ahora era su nueva cara, la mitad de su rostro estaba cubierto de cicatrices a causa de la explosión, misma que también le arrebató su brazo izquierdo.
Su cresta permanecía, la mantenía como un homenaje al hombre que había sido, pero ahora era de un color oscuro.
Ese maldito día en la iglesia no solo perdió al que consideraba su hermano de toda la vida, sino también al que fue como su padre, la vida se los quitó en el mismo momento.
Horacio deseó mejor estar muerto, al despertar varios días después en el hospital y enterarse de la nueva realidad.
Fueron largos meses de recuperación y terapias, además tuvo que aprender a vivir sin su brazo izquierdo y comenzar a utilizar una prótesis.
Gran parte de lo que lo motivó a seguir adelante fue su nuevo puesto de trabajo, un día cuando aún seguía en esa clínica, varios agentes fueron a darle la noticia de que había sido elegido el nuevo superintendente, cosa que Horacio al principio rechazó, pero luego de varios días y de darle muchas vueltas al tema, terminó por aceptar.
Pero él no era el mismo, después de todo lo que había vivido, después de torturas, de pérdidas y de tanto daño, no se sentía igual.
El Horacio que salió de ese hospital y tomó cargo como superintendente era otro, era una persona fría, que actuaba por instinto, alguien sin sentimientos.
Carecía ya de esa capacidad, sus emociones murieron, ahora solo vivía por y para su empleo, y la verdad es que eso no le importaba en absoluto, los sentimientos no le habían traído mas que problemas en su vida, estaba mejor sin ellos.
Se despojó del pantalón de pijama y entró en la ducha, cuanto antes estuviera de servicio mejor, alguien tenía que tener a la cuidad tranquila.
En la comisaria reinaba el silencio, al ser casi las 5 de la mañana no había nadie en recepción, solo algunos agentes se encontraban ahí y el resto patrullaban.
Horacio entró directo a su despacho y tomó asiento, no habló con nadie, nunca lo hacía, solo cruzaba las palabras necesarias con su gente, no estaban ahí para socializar, solo para cumplir con su deber.
Encendió su radio y procedió a informarles que estaba de servicio.
-Buenos días, superintendente Pérez de servicio. -Fue lo único que salió de su boca, solo lo suficiente para informarles que se encontraba ahí, vigilando todo.
La malla lo respetaba y a veces le temían un poco, hubo un cambio en comisaria durante la ausencia de Horacio, no conocía a la mayoría de los agentes, pero era eficientes, y con eso le bastaba.
Al principio corrieron rumores, sobre la actitud del hombre de cresta, se decía que había sido alumno, luego inspector, que se había enamorado de un comisario, que era de los consentidos del antiguo superintendente y se sabía que había estado con él en la explosión, sus quemaduras lo delataban.
Horacio los ignoraba, y con el paso del tiempo dejaron de escucharse, además eran rumores sin fundamentos, ahí no había comisarios, el único que conocían se había ido y el otro estaba en coma en un hospital al norte o eso se decía por la cuidad.