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Cuando llegó mediados de septiembre, las chicas del internado fueron invitadas a la fiesta de cumpleaños de Aurora Blum, una chica que vivía a unos kilómetros y con la que habían socializado varias veces durante sus años en el pueblo

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Cuando llegó mediados de septiembre, las chicas del internado fueron invitadas a la fiesta de cumpleaños de Aurora Blum, una chica que vivía a unos kilómetros y con la que habían socializado varias veces durante sus años en el pueblo. Habían quedado con que Matthew las llevaría en el carruaje e iría por ellas, pero justo ese fin de semana casi todos en casa amanecieron con un terrible resfriado que no dejaría que fuese una velada perfecta, tal y como habían planeado.

-¡Señorita Marilla! -insistió Diana.

-No hay nada que hacer, tienen piernas muy sanas, pueden ir caminando -respondió la mujer mientras llenaba de agua caliente una taza.

-Yo no quiero ir -reprochó Anne-. Diana se pasará la noche hablando con sus amigos refinados y yo estaré sentada.

-¿Cómo que sentada? -preguntó la chica de cabellos negros- Amas bailar.

-Sí, pero no es a ti a la que sus únicos zapatos decentes le aprietan -se giró a la mayor- ¡Por favor, señorita Marilla! No permita que yo vaya a ese desastroso y elegante lugar al que claramente no encajo.

Sin que ellas lo notasen, en la boca de la mujer se dibujó una pequeña sonrisa. Dio un par de vueltas por el comedor, tomó varios pañuelos y subió a las habitaciones de los enfermos. Anne sabía que, por más que intentase Diana no podía ir sola, se veían las ganas que tenía de pasar una noche diferente y la pelirroja no podía ser tan egoísta con su amiga. Cuando Marilla bajó, se le dio la noticia de que la chica Shirley estaba decidida a asistir.

-¿De verdad? -preguntó Diana emocionada.

Anne asintió suavemente y cuando el reloj dio las seis, ambas emprendieron su camino. Las recomendaciones que la chica de cabellos negros le hacía a medida que se aproximaban a la gigantesca casa empezaban a sulfurarla.

-De acuerdo, de acuerdo -se detuvo la chica de cabellos rojos haciendo una mueca de dolor por sus zapatos-, si algo se me olvida, guiñame el ojo derecho.

-¡No! -respondió Diana como si se tratase de la ofensa más grande del mundo- No está bien en una mujer hacer eso, alzaré una ceja. Mantente derecha, no des la mano ni digas expresiones como «Diantres» o «Carajo», te lo pido, por favor.

Rara vez eran invitadas a una fiesta, por lo que aquella, que parecía ser informal, era todo un acontecimiento. Diana conocía a Aurora, por lo que pronto entró en confianza y fue invitada a bailar. Anne, por su parte se quedó sentada cerca de la mesa de bocadillos, se levantó un par de veces, solo para no dar sospechas acerca del insoportable dolor que sufría en sus pies. Vio a su mejor amiga bailando, ella levantó una ceja pidiéndole sonreír y lo hizo forzadamente, luego notó que un joven se le acercaba y corrió a esconderse tras una cortina que daba paso a una habitación, pero para su mala -o buena- suerte, algún otro tímido había tomado su lugar.

-¡Santo Dios! Mil perdones, no sabía que estaba aquí -dijo preparada para marcharse, al ver al joven Blythe.

Él sonrió y con un tono amable -aunque sorprendido- se preparó para hablar.

-A mí no me importa, Anne, quédate si quieres.

-¿No te molesto?

-Claro que no, solo vine aquí porque no conocía a nadie y al principio me sentí un poco raro.

-Yo también, por favor, no te vayas, a menos que lo prefieras -él asintió, ella tomó asiento en un sofá y suspiró tranquila-. Creo conocerte...

-Soy su vecino, eres una de las alumnas del internado de los hermanos Cuthbert, mi abuelo me ha hablado muchísimo de ustedes, recién las conozco porque estuve en Europa mucho tiempo.

-¿Conoce Francia? -preguntó ella emocionada- ¿Habla francés? -él asintió a ambas preguntas- Dígame algo en ese idioma, por favor.

-Veo, señorita Shirley, que usted es un espíritu apasionado.

Ella negó apresuradamente.

-No soy la señorita Shirley, solo Anne.

-Y yo no soy el señor Blythe, solo Gilbert -ella soltó su mano luego de haberla extendido un rato-. Ahora, bien, algo en francés ¿eh? -abrió un poco la cortina- «¿Quel nom a cette jeune demoiselle en les pantoufles jolis

-«¿Quién es la joven de las zapatillas bonitas?» ¿No?

-Oui mademoiselle.

Anne supo de inmediato a dónde daba la vista del chico.

-Es mi mejor amiga, Diana, ¡y tú sabías quién era! ¿Te parece linda?

-Sí, es una chica elegante, me recuerda a las muchachas alemanas, y baila como toda una dama.

Anne soltó una carcajada que no se escuchó del todo fuerte, debido a la melodía sonora que estaban tocando los músicos en el salón, depronto se le salió un «Diantres» y se sonrojó completamente, Gilbert Blythe la miró a los ojos.

-¿Quieres bailar conmigo?

El momento más temido para la chica de cabellos rojos llegó.

-Lo amaría, pero hay un pequeño problema -entonces señaló sus zapatos esperando no decirlo, pero él no lo entendió, entonces procedió a hablar-. No me quedan, me han apretado toda la noche, por eso vine aquí.

-Creo que sé cómo podemos arreglar eso -respondió fijando su vista en un inmenso pasillo a oscuras.

Durante el resto de la noche, bailaron sin zapatos y con el sonido de la música cada vez más fuerte, tras las cortinas para que nadie notase como la soledad entre dos personas podía convertirse en algo interesante y divertido, pero dejaron de hacerlo cuando Diana llegó a ellos con un terrible dolor en su tobillo derecho causado por el exceso de emoción en su baile refinado. Gilbert, en su carruaje las llevó al internado donde Marilla Cuthbert algo apenada le agradeció por la atención.

Anne se despidió de él y subió a su habitación, la cual daba vista a la casa del señor Blythe. Desde abajo, el muchacho la vio leyendo unos papeles viejos, sonrió y se fue a casa.

「𝐖𝐨𝐦𝐞𝐧 ; 𝐀𝐧𝐧𝐞 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚𝐧 𝐄」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora